Revista Farmacéuticos - Nº Número - 132 Enero-Marzo 2018 - page 11

de cantar misa con el consiguiente disgusto de mi
madre.
Hay una especie de archivador bastante deteriorado
que sobresale de la estantería
y está repleto de fotos sin
clasificar que se dispersan
por el suelo al sacarlo yo con
fuerza.Veo extrañas fotos,
más grandes de lo habitual,
con ese tinte sepia anticuado
y con personajes
desconocidos para mí; unos
vestidos de militares, otros
conduciendo un camión, una
foto curiosa de un batallón
infantil, una pareja de recién
casados con ropas obsoletas
y otra foto de una mujer con
pelo blanco y semblante
sereno atravesado por mil
arrugas. Seguramente fueron
mis antepasados, pero mi
padre nunca me los mostró y
jamás supe de su existencia.
Entre la maraña destaca un
sobrecito con un corazón
rosa que dice: “A quien más quiero”. Se despliega y
se descubre un pequeño poema:
Nadie te podrá
querer,
tanto como yo te
quiero;
¡es imposible
tener un cariño tan
sincero!
Escrito a mano, y por detrás,
un nombre:Teresa Castro
Estupefacto, impactado, bajo corriendo las torcidas
escaleras y me lanzo a los brazos de mi madre con
el sobrecito rosa, diciendo: ¿Quién es Teresa
Castro?
Mi madre, cogiendo aire, empezó a contarme un
relato tan increíble que nunca pude imaginarlo.
Tu padre era un joven apuesto y respetado en el
pueblo.Tenía madera de líder y un magnetismo
natural que le hacia irresistible para las mujeres.
Todas las chicas del pueblo estábamos locas por él y
la vida le sonreía. Con catorce años ya era maestro
de obra y ayudaba a tu abuelo con la herrería. Los
domingos, en cuanto aparecía en el salón de baile de
la “Veneciana”, todas le mirábamos, disimulando,
pendientes de un gesto suyo para salir a bailar con
él.Teresa pasaba largas temporadas en la ciudad,
pero cuando llegaba el verano y se paseaba por la
plaza del pueblo, su prestancia atraía a todos los
hombres, pero muy especialmente a Sebastián, tu
padre.
Tan solo tenía diecisiete años
cuando sucumbió a la seductora
imagen de Teresa desnudándose a
la vista del que quisiera mirar hacia
el ventanal de la casona de su tía.
Un trajín de subidas y bajadas de
hombres ávidos de desnudez
llenaba las noches de aquel verano.
La noche que invitó a subir a
Sebastián fue la última de su
pubertad y la primera de su locura.
Al poco se casó con ella, a pesar de
que le doblaba la edad y la
experiencia; ya era madre de un
niño de tres años y venía un
segundo en ciernes de cuya
paternidad se declaró el
responsable sin ponerlo en duda ni
un instante. A pesar de los
comentarios y malos augurios se
casaron una noche oscura; ella
vestida de negro y entrando por la
puerta trasera de la sacristía, al resguardo de las
miradas indiscretas. La boda fue un campanazo en
el pueblo; las mujeres llorando por perder al príncipe
de sus sueños y los hombres contentos por librarse
de un fuerte competidor en la guerra de los sexos.
La madre de Sebastián, tu abuela, aceptó a
regañadientes la situación insinuando a gritos que su
hijo adolescente había sido seducido y engañado por
una ramera, pero ya era todo irremediable. El había
perdido la razón, no atendió consejos ni advertencias
de sus allegados y tomó su decisión libremente.
Se fueron a vivir a una finca de las afueras, cerca del
río.Vivieron unos meses de euforia y desenfreno
conyugal; pero un mal día, al anochecer, se despertó
una repentina y ruidosa tormenta de verano.
Salieron los dos apresurados a recoger las gallinas y
los cerdos para alojarlos en el establo y ponerlos a
resguardo. Ella, en el último mes de embarazo y
mojada hasta los huesos de aguas y de lluvia, se
cobijó un momento bajo el olivo y, poco antes de que
sonara el trueno, un rayo justiciero le segó la vida de
cuajo y sin consideración. Milagrosamente tu
sobreviviste a la tragedia, pero el corazón de tu
padre se ahogó en la tristeza y nunca se recuperó.Yo
me encargué de criarte con todo mi amor durante
un año y luego convenimos en casarnos por tu bien;
pero él nunca me quiso. La inmensa tristeza por su
amor perdido y la inconfesable sospecha de
infidelidad de Teresa le acompañaron hasta el fin de
sus días.
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