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Pliegos de Rebotica
2017
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Aurora Guerra
H
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oy me he levantado nostálgica.
Pero no teman. No he recordado
aquellos “ojos claros, serenos, si de
un dulce mirar sois alabados, ¿por
qué si me miráis, miráis airados?”
del humanista sevillano Gutierre de Cetina que
tanto me gusta. No. Me he levando con la
nostalgia macabra –pero no sórdida– de la
médico forense en excedencia que soy, y me ha
apetecido hacer una autopsia.
¿Sobre qué? ¿Sobre quién?
Leo en el periódico1: “En España se producen
casi siete rupturas por cada diez matrimonios.
La cifra de separados y divorciados se ha
duplicado en una década y suponen el 6% de la
población adulta.”
Dos de mis mejores amigos, talluditos ya,
pasados los sesenta, se acaban de divorciar. Mi
asistenta está separada, y en el hospital donde
trabajo, cada día circula el rumor de una nueva y
sorprendente ruptura matrimonial. Por no hablar
de los numerosos noviazgos “de toda la vida”
entre estudiantes, que al alcanzar un puesto de
trabajo o cambiar de residencia, se disuelven
como un azucarillo en un vaso de leche caliente.
¿Qué está pasando en esto del amor? ¿O ha
ocurrido siempre, y no nos hemos enterado?
Incógnita sobre la que apremia realizar una
revisión sistemática. O como he dicho, una
autopsia metafórica.
Así pues, me he propuesto conocer por dentro
qué ocurre con eso del desamor. Ese estado
que, como los accidentes de coche, parece que
nunca nos va a llegar. Pero ¡pásmense! Sólo con
entrar en el buscador
Google
con la palabra
divorcio aparecen 17.300.000 resultados. “Y sin
embargo se mueve”, que diría Galileo Galilei. He
intentado adoptar la mentalidad rigurosa del
estratega, la frialdad del entomólogo, y me he
dedicado a profundizar en el asunto.
El enamoramiento según Francesco Alberoni, es
“un desarraigo del pasado, una mutación
revolucionaria, un rehacer la historia, un
impulso hacia delante”. O dicho en un estilo
prosaico, es un cóctel bioquímico de dopamina,
adrenalina, serotonina y oxitocina mezcladas
con algo de morbo. Pero.. ¡qué maravillosa
combinación! Cuando encontramos al ser
deseado, ese fragmento del universo con el que
ensamblarnos, ese clon que completa nuestro
lado masculino o femenino, sucede que los
cristales bioquímicos con los que miramos a
nuestro alrededor se vuelven de color rosado.
Los arrebatos sentimentales nos obnubilan, nos
conmocionan. Nos volvemos locos. O tal vez,
borrachos permanentes. Como decía Carl Jung
el efecto que produce la proyección del
animus
sobre la persona amada, equivale a un estado de
embriaguez absoluta.
El flechazo, el enamoramiento, funciona. Pero
según las palabras de Helen Ficher, antropóloga
estadounidense, en su libro
Porqué amamos
,
tiene una fecha de caducidad estimada en unos
cuatro años. El vértigo, las mariposas en el
estómago, los sudores y las palpitaciones, el
limbo mágico en el que habitamos, bruscamente
o poco a poco, se desploma y se convierte en
una rutina gris. Eso en el mejor de los casos.
Otras veces la transformación es drástica. Del
deseo a la obsesión, de la autonomía a la
dependencia, de la confianza a los celos, de la
¿También
en el amor?