Revista Farmacéuticos - Nº 129 - Abril-Junio 2017 - page 3

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unca he tenido demasiado claro si cuando salimos de nuestro entorno, de nuestra
casa y nuestros amigos lo hacemos por huir o por ir al encuentro de algo o de
alguien. Quizá es por todo a la vez. O por nada. Por costumbre o ganas de
desencontrar lo cotidiano. Por conocer o por olvidar. En esta ocasión yo lo he
hecho por conocer algo que llevaba mucho tiempo deseando: el Monasterio de
Piedra. Fui con un cierto recelo, lo reconozco, porque lo que se desea largamente con
frecuencia desencanta al conocerlo. Pero no fue así. Prodigio tras prodigio, la ruta fue
magnífica. Pequeños puentes, glorietas casi infantes,
entre los árboles caminos misteriosos, grutas,
cascadas innumerables, bandadas inesperadas de
palomas torcaces, feroces rocas, y a la vuelta de un
recodo el prodigo de la Cola del Caballo.
Era el río entero despeñándose, chocando contra las
rocas casi furioso, rugiendo salvaje entre espumas al
llegar al fondo. Estatua de agua que se suicida
grandiosa, locamente. Desesperadamente. Quizá fue
así como saltó Safo desde la roca Léucade con su
manto blanquísimo sonando por la fuerza del viento
a su paso; sonando como sonó su lira que había
conmovido el corazón de la Grecia antigua.Y
recordé también al verlo, aquello de que "una bella
forma de morir honra toda una vida"
Estatua vertical de estruendo y agua. Espuma que
asciende como arrepentida de su impulso. Clamor
que inunda tanto como el agua. El agua. Siempre el
agua. El río Piedra, tan humilde, se multiplica, cae una
y otra vez de todas las formas en que es posible.
Cascadas pequeñas y sumisas; recodos melancólicos,
escondites entre la maleza, hebras plateadas , gotas,
balsas de agua serenada, abanico delicado o bronco
que se precipita y desborda una y otra vez.
¿Dónde está la cuenca de aquel río? ¿Cómo aquellas
cascadas no se unen e inundan todo el valle? ¿Y qué
fue de aquella ley física que afirma que el líquido
toma la forma del vaso que lo contiene? Porque aquí
el río partido en mil hebras, huyendo destrenzado
como en un sálvese quien pueda, que parece no
seguir más que su capricho, obedece a una mano
sabia y magistral. Es la síntesis perfecta del hombre y
la naturaleza que se agranda y perfecciona como una
obra de arte ante su artífice.Trabajo colosal y difícil
de Federico Muntadas que pule, embellece y agranda
un aprendiz de río -como se dice de nuestro
Manzanares- hasta hacer de él una obra grandiosa.
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Margarita Arroyo
Pliegos de Rebotica
´2017
CARTA DE LA DIRECTORA
Verano:
¿Huida o encuentro?
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