Revista Farmacéuticos - Nº 129 - Abril-Junio 2017 - page 9

pretendido paréntesis matinal. La luz, ese martillo
fulgurante del Mediterráneo, abrumaba en esas
primeras horas en las que el sol apenas asomaba
un palmo sobre el mar.
El horizonte en circular, e inevitablemente
marcado por el cambiante color de un agua
fuertemente salinizada y el ligero degradado del
cielo, la embelesaba y hacía que los mensajes
interiores se transformaran en mucho más que
neuronas excitadas dispuestas a soñar.Y eso a
pesar de que María no acertaba a adivinar las
razones lógicas del atemperado crisol de colores
del agua marina y el porqué de la variación
diaria. El azul se tornasolaba en más o en menos
intenso con la calma y la presencia de las mareas,
un enigma que para ella, no solo transformaba en
espectáculo la superficie del mar, sino que
evidenciaba la voluntad indomable de punto de
origen y a la vez de destino en el secreto devenir
de las olas. El verde se colaba impetuoso en los
días de viento; el rizo que acicalaba el ondulado
más significativo se enardecía característicamente
según el ímpetu del vendaval, ejercía de poderoso
hipnótico y contribuía a la indómita sensación de
fuerza contenida. El gris de los días tormentosos
parecía prolongar la costosa acumulación de
vapor extrañamente sólido del cielo amenazante,
hasta aplomar la sensación de vida alrededor y
tornarlo en muda explicación.
Y mientras, cambiara lo que cambiara la
presentación, las olas seguían lamiendo la orilla,
aparentemente ajenas a los arrebatos íntimos de
color pero profundamente unidas al sortilegio
del movimiento y subyugadas por el manto
efímero de la espuma al derramarse en la arena.
Venir, acercar, y más venir para transformar. Una
y otra vez retornaba la ola esculpiendo la línea
de costa, empujando y concentrando la arena
hasta construir
diminutos acantilados
dispuestos a
desmoronarse si y solo
si el empuje irreverente
de nuevas pisadas los
horadaban. Un continuo
con ambición de
discontinuo, una
gigantesca expansión sin
fronteras ni límites
precisos, una hipnótica
versión de lo efímero y
a la vez de la pertinaz y
auténticamente
poderosa naturaleza. A María le resultaba
inevitable perderse mirada adentro en las formas
onduladas mientras cada uno de los sentidos se
dejaba envolver y, al tiempo, mecer por la
creatividad imparable del entorno.
Sumergirse en la vorágine de sensaciones se
había convertido en costumbre y las ceremonias
matinales habían terminado también por serlo. El
ejercicio era sencillo. Abrir las dos hojas de la
silla plegable, probar su mejor punto de
inclinación, cubrirla con la toalla, teniendo buen
cuidado de que la parte más suave fuera la que
protegiera la piel semidesnuda de las crueles
incrustaciones del plástico, y escoger la
orientación adecuada que permitiera leer a
rebujo del insolente sol en crecimiento. Una
técnica consumada que ya desarrollaba lejos de
emplear ni un retazo de atención interior porque
la exterior seguía firmemente absorta en el
entorno.
Días tras día una escogida pléyade de elementos
repetía presencia y hábitos de vida con una
sincronía que parecía controvertir sin
pretenderlo la variabilidad de la propia
naturaleza. A los caminantes habituales,
convertidos por el sol del ya largo estío en
corazas bien bruñidas arropando un más que
indiscutible buen comer, los adivinaba e
identificaba desde bastante lejos. En el recorte
del horizonte, y a pesar y a causa del contraluz,
reconocía sin dificultad a la dama pensativa, que,
pamela en alto, emergía del infinito para recorrer
a velocidad de palmo y poco más varios
centenares de metros del litoral que mediaba;
esperaba con cierta exactitud horaria que
aparecieran las tres gracias fondonas que siempre
resultaban multiparlantes y, en justa consonancia,
multigesticulantes; cada cierto tiempo reclamaba
su atención el jubilado
todavía de buen ver que
se adentraba en el agua
para cumplir un
metódico programa de
50 brazadas; oteaba sin
dificultad a la buscadora
de conchitas, la figura
ensamblada en garza
que elegía con
exquisitez las piezas,
como si algún secretillo
propio se encontrara
perdido entre los restos
marinos.
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