la leyenda, nació una flor. Con base en
este mito, Linneo creó el género
Narcissus
para plantas que por lo
general crecen en sitios húmedos y
tienen sus flores inclinadas hacia el
suelo.
Si los nombres científicos se han
inspirado en características asociadas
a las plantas, otro tanto ha ocurrido
en la nomenclatura vernácula. Según
creencia popular, las flores de unas
lianas tropicales reproducían aspectos
de la pasión de Cristo, lo que justificó
el nombre de ‘flor de la Pasión’,
flos
passionis
, en latín. Luego, con esa base,
Linneo reunión esas plantas en un
género, que denominó
Passiflora
. La
referencia a la Pasión está más que
justificada en la interpretación
simbólica de las flores de esas plantas,
particularmente en
P. caerulea
. Sus numerosos
pétalos largos y estrechos dispuestos de forma
radial, simulan una corona de espinas, el estilo
semeja una columna blanca, como la que sirvió para
atar a Jesús cuando fue azotado, al final del estilo se
sitúan tres estigmas, que rematan en un
ensanchamiento de forma que parecen clavos, como
los tres que sirvieron para clavar a Cristo en la
cruz, y los cinco estambres tienen la forma de
martillo como los empleados para el sacrificio. La
imaginación popular fue más allá e identificó los
zarcillos de estas especies trepadoras con los látigos
del castigo y sus hojas lanceoladas con la lanza que
atravesó el costado de Jesús, ya muerto.
Con estas referencias al nombre de las plantas y su
significado simbólico vienen a mi memoria las
explicaciones en una excursión con alumnos de
Botánica en cabo La Nao (Alicante), hace años, sobre
la semejanza de las flores de la jarilla
Helianthemum
caput-felis,
con la cabeza de un gato, debido a dos
sépalos erguidos sobre una cabecita algo peluda,
carácter que había determinado el adjetivo del
nombre de la especie.Y cómo, uno de aquellos
alumnos, tal vez ayudado por los
tragos de vino para mitigar la sed en
aquella mañana calurosa, respondió a
la pregunta sobre el nombre de la
especie:
Helianthemum caput-gatus
. Lo
que era incorrecto visto desde la
perspectiva nomenclatural, pero
expresaba la fuerza del símbolo.
Anécdotas estudiantiles aparte, la
nomenclatura botánica siempre ha
despertado rechazo entre los no
expertos en esta ciencia.Tanto más
cuanto la enseñanza del latín ha ido
perdiendo peso en la enseñanza,
pero la tradición manda y la
necesidad de una lengua común
entre el conjunto de especialistas
obliga a su mantenimiento. Es
evidente que Francisco de Quevedo
no era amigo de los nombres
latinos de las plantas, aunque su
cultura era salvoconducto para su
comprensión.Tal vez ese rechazo
fuese parte de su inquina hacia los
boticarios, a los que califica de
chusma, el caso es que arremete
contra los nombres de las plantas
en latín. En concreto acusa a los
titulares de las boticas de
<<ensartar nombres de simples, que
parecen invocaciones de
demonios>> y añade una serie de
ejemplos:
Buphtalmus, Opoponax,
Leontopetalum,Tragoriganum,
Petroselinum, Scilla, Rapa
, entre otros,
para afirmar <<Y sabido qué quiere decir esta
espantosa baraúnda de voces tan rellenas de
letrones, son zanahorias, rábanos, perejil y otras
suciedades …>>. Sin embargo, pasa por alto
Quevedo que los nombres botánicos, latinos, son
símbolos de un lenguaje común, mediante al cual se
pueden entender los expertos a través de un juego
de correspondencias inequívoco y universal, y que
sus zanahorias, rábanos y perejiles son símbolos de
carácter local, en español en este caso, que no
sirven a los fines del lenguaje científico.
Por otro lado, el cruce de planos entre la realidad y
la creencia ha llevado a Jacques Lacan a la defensa
de la supremacía del significante sobre el significado,
siendo el segundo un
efecto
del primero. Pero el
hombre es una síntesis material y espiritual, su alma
no es un aditamento, es él mismo, y sigue creyendo
que hay algo más allá de lo material con lo que
alimentar el otro plano de su compleja existencia, y
aporta nuevos significados a los objetos, que nada
tienen que ver con su naturaleza material. Bajo este
principio, por ejemplo, el arte funerario está lleno
de elementos botánicos que tienen mucho que ver
con el sentido simbólico que les atribuye el
hombre. Entre ellos son frecuentes
algunos de origen cristiano, como la
palma y el olivo, y otros son de
esencia pagana, como el laurel de la
gloria romana, o el roble como
símbolo de fuerza y nobleza. O las
siemprevivas (
Helichrysum species
pluribus
), cuyas flores no se marchitan,
circunstancia que da pie a un sentido
de eternidad, que se refleja en los
nombres vulgares de todos los
idiomas:
everlasting
(inglés),
inmortelle
(francés),
perpetuino
(italiano), etc.Y
con ella queremos dar vida eterna a
nuestros muertos cuando colocamos
su figura en las sepulturas.
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29
Pliegos de Rebotica
2016
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Narcissus cyclamineus
DC.
Dibujado por John Nugent
Fitch. Botanical Magazine, de
William Curtis. Lámina 6950.
Corona de siempreviva, como
símbolo funerario de eternidad.