Revista Farmacéuticos - Nº 125 - Abril-Junio 2016 - page 27

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Jesús Izco
Las plantas
un mundo de símbolos
D
esde que el hombre tuvo conciencia de
sí mismo y de su entorno intentó
aprehender todos aquellos objetos que
conformaban su circunstancia, saber
cómo era él mismo e interpretar los
fenómenos que se producían a su alrededor. Para
llevar a cabo tarea tan ingente no tuvo más remedio
que recurrir a los símbolos, a figuras abstractas que
representasen los elementos materiales que deseaba
comprender y le permitiesen comunicar sus ideas. El
símbolo establece un vínculo estrecho entre el
significante y el significado, de manera que aquel es la
esencia de este. Pero como no puede ser de otra
manera, el lenguaje simbólico es un convenio entre un
grupo de personas para representar una idea por
medio de un vínculo convencional y, en ese sentido, es
particular y sólo inteligible para el conjunto de
conocedores de los significados e ininteligible para los
demás.
El lenguaje hablado y el escrito son expresiones
simbólicas, el primero mediante sonidos y el segundo
mediante signos gráficos, cuyas claves de
interpretación son diferentes en los miles de lenguas y
en la multitud de alfabetos, asequibles sólo a grupos
humanos concretos. Esta babel no es absoluta, hay
símbolos que por su fuerza se convierten en
universales y trascienden a grupos muy distintos; el
sol, por ejemplo, es un símbolo universal, con
significado análogo con independencia de las culturas;
lo mismo ocurre con las flores,
asociadas en general a la perfección y
la belleza.
La ciencia no es ajena a este proceso
de representación simbólica, no lo es
en cuanto cada una de sus ramas
posee un lenguaje propio, no sólo un
vocabulario particular sino todo un
conjunto de símbolos gráficos
característicos de esa ciencia, incluso
de ciencias llamadas exactas, como la
Física y las Matemáticas, cuyas
expresiones se componen menos de
números –que también son
símbolos- que de signos variados,
desde los habituales suma (+), resta
(-), división ( / ) y multiplicación (x),
a los más complejos de las matemáticas de más altura.
Ocurre otro tanto con las artes, desde la Literatura a
la Pintura, sin olvidar la Música, la Arquitectura o el
Cine. Es evidente, por ejemplo, el cambio que se
produce en la pintura en los inicios de la Edad
Moderna que por un lado tiende al realismo mediante
la incorporación de plantas y animales a los lienzos y
por otro su presencia va más allá de la simple
decoración para incorporar un mensaje simbólico,
complementario de los personajes o de la acción
representados en el cuadro.
La Botánica es muy rica en representaciones
simbólicas pues hunde sus raíces en la historia de la
humanidad y en esos principios se funde con mitos y
creencias de carácter religioso, desde las culturas
lejanas a las que llamamos clásicas porque son
nuestras raíces más directas, como las que
florecieron en Grecia y Roma. Las religiones de
ambos focos mediterráneos son panteístas, con
numerosos dioses mayores y menores, con
frecuencia encarnados en animales y plantas. Muchos
de aquellos dioses han permanecido asociados a una
u otra planta, como en la antigüedad, y mantienen
vivo el vínculo en su esencia representativa. El dios
Baco sigue asociado a la uva y su jugo fermentado, la
griega Démeter y su equivalente romana Ceres sigue
siendo la diosa de la Agricultura, a la que todavía
veneramos en el término cereal, como recuerdo de
aquella diosa de las cosechas.
De forma paralela, las interpretaciones
simbólicas del judaísmo han llegado a
nuestra cultura occidental a través de
los libros sagrados de la religión
cristiana, el conjunto de libros del
Antiguo y del Nuevo Testamento, que
conocemos como la Biblia. Lo que
llamamos parábola en esos textos es
en sí mismo un símbolo, una enseñanza
que se expresa mediante una imagen
figurada, en muchos casos de
naturaleza botánica, cuyo sentido en
origen estaba destinado al pueblo
judío, de cultura agrícola y ganadera,
sin olvidar los pescadores de Galilea. El
Nuevo Testamento está cuajado de
símbolos botánicos, ahí se citan
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Pliegos de Rebotica
2016
Theophrastus Bombast von
Hohenheim, ‘Paracelso’ (1493-1541)
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