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on muchos los
injustamente ignorados
entre nuestros
escritores y uno de
ellos es Guillermo
Díaz-Plaja. Famoso durante su
vida, ha sido rápidamente
olvidado aunque la cultura
española tiene mucho que
agradecer a este hombre
porque toda su obra, siempre
amena, lleva en sí un elemento
didáctico, pues es increíble su
facilidad para presentar grandes
panoramas generacionales o
epocales en los que aparecen
vinculaciones y relaciones
múltiples de fenómenos
heterogéneos. Cualquier libro
suyo viene a ser un pequeño
tratado de historia de la cultura.
Intelectual puro, a Díaz-Plaja le
apasionaba la cultura como
ámbito primordial del vivir. No
hay hecho literario que no se
relacione con un contexto, y sus
interdependencias, desde la historia al paisaje,
desde la filosofía al quehacer artesanal, desde el
poema a los movimientos de masas,
multiplicaban sus llamadas de atención a la
inquietud del ensayista, del conferenciante, del
poeta.
A través de múltiples países, Guillermo abría su
tiempo de intelectual español y vendía tanto
como compraba. Defensor a ultranza de la
cultura española, en sus salidas a distintos
países, allí quedaban nuestros valores más puros
y a la vez, ansioso de comprensión, con él venía
un mundo de valores foráneos, históricos y
artísticos, enriquecedores y aprehendidos.
También hizo mucho por el entendimiento
entre esos dos focos culturales no siempre
armonizados y a veces mutuamente
desconocidos: Madrid y Barcelona se unían un
poco por él. La cultura catalana está presente
en sus ensayos, expuesta siempre con vocación
comunicativa. Su teoría de las
culturas enterizas
y las
culturas fronterizas
encuentra ejemplo en el propio
enfrentamiento entre el
concepto de Castilla y la visión
mediterránea. Él lo vio muy
bien y lo explicó con asiduidad
y amor.
Por desgracia nos movemos
hoy entre radicalizaciones
interesadas y voluntarias
amnesias. Si las
intransigencias fueran
menos intransigentes,
si los exclusivismos
fueran menos
exclusivos, los
intelectuales
catalanes deberían
estar agradecidos a
Guillermo porque
tuvieron en él -quizá
sin ellos mismos
saberlo- un generoso
propagador entre los de habla castellana.
Guillermo era un peso pesado de la Cultura.
De la cultura con mayúsculas. Cuando yo se lo
decía, bromeaba a cuenta de su propia
corpulencia física. No hay que olvidar que hubo
varios Guillermos: el profesor, el ensayista, el
conferenciante, el académico.Y no nos
olvidemos del poeta. Fue poeta de la
sensorialidad descriptiva y pictórica y también
de una religiosidad hímnica que a veces toca lo
metafísico y también de la intimidad familiar.
Pero sobre todo, poeta de la aportación culta
en aquella vertiente –tan traída y llevada luego-
que él mismo supo definir muy bien como
culturalismo. La vida es cultura. Cultura asumida
e incorporada a la personalidad, como si fuera
diluida en el torrente circulatorio. Afirmaba con
frecuencia que no puede haber verdadera
cultura si es restrictiva. Que la cultura es, por
principio, campo abierto, universalidad.
Guillermo lo sabía, lo proclamaba y lo
cultivaba.
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Luis Lluch
Una pequeña reflexión sobre
Guillermo Díaz-Plaja
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Pliegos de Rebotica
´2016
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