Revista Farmacéuticos - Nº 125 - Abril-Junio 2016 - page 28

alrededor de un centenar de plantas
asociadas a enseñanzas asequibles a
aquellos primeros destinatarios. En él
se mencionan por una u otra razón
las lentejas, los lirios del campo, el
incienso, la rosa, la palmera, la semilla
de mostaza, la caña, la cizaña, la mirra
y tantas otras.Tanta influencia tienen
algunas de esas parábolas y tal es la
fuerza del su sentido simbólico, que
algunas de ellas mantienen su
significado en nuestras
conversaciones, dos mil años
después, en forma de frases hechas.
Por otra vía, el simbolismo ha desempeñado un papel
esencial en el uso de las plantas con fines curativos
en otras épocas. En aquellos primeros tiempos en los
que el hombre sólo contaba con la naturaleza para
remediar sus enfermedades, era necesario identificar
aquellas plantas que tenían virtudes curativas y los
males que remediaban. En aquellos primeros intentos
de escrudiñar los efectos de las plantas, sin duda se
puso en práctica el procedimiento de acierto/error y
sin duda eso le costó la salud y posiblemente la vida
a alguno de los enfermos, cuando aquellos primeros
sanadores no tenían más indicios de la utilidad de las
plantas que la teoría de los signos, las presuntas
señales que ofrecía la naturaleza para indicar sus
virtudes. Plinio, en su
Historia Naturalis
y Dioscórides
en su
Materia Medica
ya apuntan en ese sentido, en el
siglo I. En el siglo XVI,Teophrastus Bombast von
Hohenheim –conocido como Paracelso–, en su obra
De natura rerum
[Sobre la naturaleza de las cosas],
trata de las relaciones de simpatía entre las plantas y
sus acciones terapéuticas, de cómo la semejanza lleva
de una cosa a otra. Concretamente en su libro
noveno, titulado
De signatura rerum naturalium
[Sobre
la signatura de las cosas naturales], defiende que
todas las cosas llevan un signo que revela sus
cualidades invisibles. En relación con sus virtudes
curativas, según Paracelso,‘lo parejo cura lo parejo’ y
‘todo vegetal está señalado por la Naturaleza; y para
lo que él nos significa, para aquello es bueno’, criterio
que determinó la aceptación generalizada de la Teoría
de los Signos, sostenida en aquel tiempo por el
italiano Pietro Andrea Matthioli y el español Andrés
Laguna.
La virtud de las plantas estaba reflejada en sus
formas, colores o sabores de alguna de sus partes
(hojas, raíces, tallos, frutos, semillas, etc.), símbolos
de sus propiedades, como expresión de una ‘divina
revelación’, pues ‘ansí las señaló Natura con
semejante librea’, según palabras de Andrés Laguna.
Con esa base se asignaron propiedades medicinales
a muchas plantas. Por ejemplo, los frutos del beleño
(
Hyoscyamus niger
), con su cuerpo ventrudo,
rematado por una corona de dientes triangulares, se
consideraba remedio contra la podredumbre de las
muelas, las caries, por su semejanza con ellas; la
rosa se tenía como remedio contra la mordedura
de los perros rabiosos gracias a sus espinas en
forma de diente de perro, lo que justifica el nombre
de una de sus especies (
Rosa canina
); el género de
líquenes que conocemos con el nombre de
Lobaria
se consideraba útil para las afecciones de pulmón
por su estructura semejante a los lóbulos
pulmonares, tanto más la especie que llamamos
Lobaria pulmonaria
, etc. Con todo, el espíritu
observador y crítico de aquellos sabios ya chocó
con las interpretaciones dadas y convinieron que
muchos de aquellos signos no respondían a las
virtudes atribuidas.
Si las palabras son en sí mismas un símbolo, suelen
serlo doblemente en la nomenclatura botánica. Lo
son por su propia condición y lo son también con
frecuencia por referencia a algún significado
relacionado con su forma, color, hábito, hábitat,
mitología, etc., siempre en latín o latinizadas porque
en Botánica la nomenclatura sigue siendo latina,
como reminiscencia de la
lingua franca
en la que se
escribió esta y otras ciencias, hasta no hace mucho
tiempo.
Entre los miles de nombres de plantas son frecuentes
los epítetos
sylvatica, montana, aquatilis, rupestris, annua,
perennis, minor, ovalis, lanceolata, rubra, incarnata, lutea,
spinosa, glabra, puberula, hispida, odora,
etc., que
expresan con claridad alguna de sus características en
lo relativo a la forma, el color, olor, medio de
procedencia. En la nomenclatura botánica se cruzan
también la ciencia y la mitología, con el ejemplo
clásico del género
Narcissus
, entre tantos donde
elegir, relacionado con el mito de Narciso. La historia
del joven tiene distintas versiones en la mitología
griega y romana, pero en esencia refiere la historia
del hijo de
Cefiso
y de la ninfa
Liriope deThespia
. Joven
vanidoso, admirador de su propia belleza, que
desdeñaba los amores de los demás –del joven
Ameinias en la versión griega y de la ninfa Eco en la
romana-, por lo que la diosa
Némesis
le condenó al
olvido y al dolor del amor no correspondido. Narciso
acosado por la sed se inclinó una tarde sobre el
espejo de un arroyo para beber agua, se quedó
prendido de su propia imagen reflejada y absorto
cayó al agua y se ahogó. En aquel mismo lugar, cuenta
28
Pliegos de Rebotica
´2016
Lobaria pulmonaria (
L.) Hoffm.
Cortesía de Eva Barreno.
Hyoscyamus niger
L. Beleño
negro
. Franz Eugen Köhler,
Medizinal Pflanzen (1887).
1...,18,19,20,21,22,23,24,25,26,27 29,30,31,32,33,34,35,36,37,38,...52
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