Revista Pliegos de Rebotica - Nº 139 - octubre-diciembre 2019 - page 23

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Pliegos de Rebotica
2018
C
Hay viajes que dejan huella...
C
uando decides hacer este viaje, tienes
que prepararte mentalmente para la
aventura que supone pasar unos días
en un monasterio cisterciense de estilo
románico-gótico en lo alto de una
montaña o en la profundidad de un valle, en un
edificio austero construido como fortaleza
medieval, ubicado en un paraje sereno siempre, a
menudo espectacular, alejado del mundanal ruido,
de difícil acceso; y desde luego, sometido a las
normas de pobreza y ascetismo que impone la regla
de su Orden.
Olvidarte del teléfono móvil, de internet, de las redes
sociales, de las noticias, de las compras y de las
relaciones sociales durante unos días es un reto que
no logran superar todos los candidatos.
Los monjes del Císter
Imaginar cómo va a ser la convivencia con unos
monjes de túnica blanca, escapulario negro
colgando del cuello y cinturón o correa de sujeción
bajo la cogulla oscura, caminando pensativos y en
silencio por las dependencias del monasterio, es un
tanto inquietante. El Císter es una orden monástica
católica; así pues, la iglesia, la liturgia, los rezos
diurnos y nocturnos y los cánticos gregorianos
formarán parte de la rutina diaria. Maitines, laudes,
tercia, sexta, nona, vísperas y completas son las
horas canónicas en las que la oración litúrgica es de
obligado cumplimiento, incluso para los huéspedes.
Los “monjes blancos” siguen las normas
establecidas por su fundador Roberto de Molesme
en el año 1098, en la Abadía de Citeaux (Cistercium
para los romanos) en la Borgoña francesa; y
aceptan la Regla de San Benito “
ora et labora
”, pero
no se consideran “benedictinos” sino “bernardos”,
porque son discípulos de Bernardo de Fontaine y
sobretodo de Bernardo de Claraval (1090-1153),
que es su líder carismático y su maestro espiritual.
La vida en la abadía trascurre en torno a tres
pilares elementales: trabajo manual, rigor litúrgico y
ascetismo; por tanto, no hay rastro de lujos, ni
riquezas, ni motivos decorativos exaltados en sus
dependencias. El silencio, no estricto, es una de sus
premisas para la paz interior y para la
espiritualidad; además, llenan su vida diaria con
rituales litúrgicos, lectura de los textos sagrados y
trabajo manual para huir de la ociosidad que es
enemiga del alma, según la regla de San Benito.
El monasterio cisterciense
La fundación de estos cenobios se produjo en todos
los casos bajo patrocinio real, por la gran necesidad
que había en ese momento para conseguir una rápida
repoblación del espacio reconquistado a los
musulmanes. Por tanto, todos ellos tienen tumbas
reales y sepulcros de personajes que ejercieron el
mecenazgo para proteger a los monjes y defender
sus tierras.
Manuela Plasencia Cano
Viaje a un
monasterio cisterciense
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