Revista Pliegos de Rebotica - Nº 139 - octubre-diciembre 2019 - page 19

las encías. Al fin ha machacado los remusgos del miedo
que le desordenaron los pensamientos y ha rellenado
los charcos de luz de la memoria con recreaciones
propias. Regresa de los agujeros negros del tiempo y
se instala, al fin, en el lado más fértil de su presente
inmediato. Su mente arde entre una constelación de
palabras. Abre el escritorio, busca un rotu y las
subraya en naranja encendido:
Ardo en una constelación de palabras
.
Nota los pensamientos limpios y ordenados en una
memoria de excel; con todo el fuego interior del
pasado verano crepitando aún. Señal inequívoca de que
vuelve a estar con ella uno de sus yoes predilectos. El
yo de Hipatia ha renacido de entre las cenizas de
Alejandría. Cartas, poemas perdidos, las palabras más
bellas regresan con ella y con todos sus misterios.
Palabras que son pisadas cuyas huellas conducen a
bibliotecas de antiquísimas culturas. Lo escribo en mi
diario:
¡Hipatia no se ha suicidado! Está conmigo; soy otra.
–Contar conmigo para próximos trabajos –Nadia abre
el portátil y apila los apuntes en una bandeja del
escritorio–: la jefa de estudios ya está al corriente.
Ella es Nadia rizos de cobre; estudiante adelantada.
El día que el invierno le quitó la falda al otoño, Nadia
se asomaba a la melancolía de la nieve sobre el
atardecer y a la tenue luz al final del túnel. En la
bocana de la L6, la línea malva, la ropa negra, el cabello
blanco, corto y crespo. Los brotes cortos de sus
cabellos aman el frío. Fríos de azules y blancos. Un
mechón azul le tapa a Nadia un lado de la cara y el
blanco del invierno se queda pegado a los balcones.
Pelo rapado, blanco y menudo; y varios centímetros de
mechón azul; muy chillón. Durante tiempo la angustia ha
ido sedimentando en ella una belleza extraña. Son muchos
los días que buscó, desesperada, aquella melena donde
antes escondía los dedos. Cuando llena de complejos
fruncía los labios al ver abatida su furiosa belleza. Esa
misma belleza con que ahora se dispone a fundir el hielo.
Que lo anuncia y lo subraya en azul muy frío:
Soy una hoguera de hielo.
Nadia nota que la diosa de la danza se ha embrocado en su
interior. La música ha virado del pop de Michael Jackson a
las notas de Schumann y eso le indica, con absoluta
certeza, que uno de sus yoes más díscolos ha vuelto.
El yo de Isadora se ha colado en la fiesta para caldear
el aire con su fular rojo. Nadia percibe el aroma del
alma entrando y saliendo a su antojo de su pecho,
dibujando movimientos que se inspiran en la
espuma del mar, en el viento en los árboles,
en el vuelo de un ave sobre el
espejo de un lago helado. Juntas
dominamos a la
perfección la
termodinámica del hielo.
Lo escribo en mi diario:
Está aquí Isadora; soy otra.
–Aunque solo sea un rato–música, escotes, flequillos,
confeti, cava, lentejuelas, satén, serpentinas, diversión,
negro y plata, matasuegras, maquillaje, minifaldas, risas,
chaquetas, globos chinos, oro, amigas, amigos, pareja
con derecho a roce, guantes, capirotes, pitos, espaldas
desnudas, tacones de vértigo; lo indispensable para
compartir los labios con quien me apetezca en esta
noche de nochevieja–: las doce uvas y me voy.
Nadia, agujas de nieve.
Y de pronto, sí, la alegría. Sus propios cabellos, recién
nacidos, brillantes, fresquísimos, enloquecidos de dicha.
Sin extensiones ni apósitos capilares ni pelucas de
princesita pop que ya no precisa. Nadia ha reconocido la
alegría y, tanta alegría, le da miedo. Pero enseguida deja
entre luz y luz una sonrisa. Radiante; de alta energía.
De alta alegría. La energía de Nadia.
Y la fuerza de Jordan, la pasión de Anaïs, la ciencia de
Hipatia, el desenfado de Isadora.
Nadia, cráneo de sacerdotisa; top sin capucha.
El cáncer se vuelve brutalmente agresivo en personas
jóvenes. Aun así Nadia conservaba íntegro el olor a
hembra frutal, las heridas del acné, muchos
sentimientos por ordenar y todos sus yoes. Todas las
vertientes de su personalidad intactas. Pero a pesar de
la brutalidad del diagnostico, ella fue valiente. Fuera de
cualquier detección de rutina; a
instancia de Nadia y gracias al
acierto del oncólogo.
Tratamientos
individualizados.
Un total de
cuatro
tratamientos.
Nadia pisa con paso
firme por la ciénaga
de los isótopos.Y, al
final, sí, el cáncer se
vence. Porque para Nadia
el final del mal sueño acaba
justo hoy, mientras, frente a la
boca del metro, los copos
cansados borran su viejo mundo.
Nadia, verde neón; pelo paja; rizos
de puesta de sol; agujas de nieve,
cráneo rapado.
Nadia, nigérrimas ondas de gitanilla
española.
Nadia, ojos color vuelvoavivir.
n
Primer Premio:
18º Certamen Huétor Vega
(Granada)
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