Revista Pliegos de Rebotica - Nº 139 - octubre-diciembre 2019 - page 18

M
M
arzo sorprendió a Nadia con el verde de
la primavera pintado en el pelo.
Mariposas de sol la reciben en cuanto
alcanza la calle y la luz se derrama sobre
ella con claridad de quirófano.Ahora
toca sonreír y Nadia sonríe. Porque cuando se entra en
el optimismo de los días largos, la falda se acorta y se
intensifica el apetito por disfrutar la vida.
Los músculos no duelen. La fatiga no se siente. Nadia
ya no utiliza las escaleras mecánicas.Aunque hubo un
tiempo en que el miedo al esfuerzo la traspasaba y le
llenaba los ojos de angustia. Cualquier pequeño
esfuerzo. Un tiempo que hoy la primavera oculta en su
luz. Un tiempo nuevo en que se siente menos
vulnerable. Que necesita subrayar en verde:
Hoy me siento menos vulnerable.
Nota que la fuerza ha regresado a los tobillos, a las
rodillas, a las muñecas. Que le anuncia que uno de los
yoes que daba por muerto ha regresado a su alma. Un yo
llamado Jordan que le transfiere megacantidades de
energía; directamente de la NBA. Que le proclama a voz
en grito que comienza a ser otra. Lo escribo en
mi diario:
soy otra
.
–Si le parece bien, regreso al equipo–
Sesión preparatoria los martes; la camiseta
número cuatro en la línea de 6.25. Sesión
de recuperación los jueves; la
camiseta número cuatro en la
botella de tiros libres. Hasta ayer.
Hoy se encuentra superfuerte–;
¿me coloco la camiseta,
entrenadora?
Nadia ala-pívot; cabello verde
neón.
Cuando volvió a la calle el verano
era una naranja grande y redonda
sobre el cabello de Nadia; lacio y
dorado como espigas de centeno.
Una ráfaga de luz lo atraviesa y el
viento remueve calores y perezas
que durante días no fueron sino
un silencio de siesta entre
paredes blancas. El soplo cálido del aire hincha las velas
del deseo.
La quemazón ha desaparecido. Ni rastro de hormigueos
bajo la piel. Nadia vuelve a tener manos.Vuelve a tener
pechos.Vuelve a tener labios que subrayan tímidamente la
evidencia.Atrás quedaron las habitaciones blancas, las
batas blancas, las camas blancas y la gramática blanca de
la soledad. El temblor en los dedos, en los labios, en los
latidos como pedradas del corazón. Un corazón cuya
puerta abrió a patadas la mañana; con el propósito de
saquearlo. Que late acalorado contra la almohada. Que
me urge a escribir y subrayar en rojo:
Mi corazón late otra vez sobre la almohada.
Nota que el deseo ha regresado a los labios, a la cima de
los pechos, a los dedos atrapados entre las piernas. Que
le anuncia que otro de los yoes que daba por muerto ha
tomado por asalto su piel. Un yo llamado Anaïs que me
peina, me maquilla, me pone intolerablemente guapa y me
regala uno de esos lotes especiales de besos y dulzura
con que adereza su tormentosa biografía. Para que me
anime y comience desde cero a ser otra. Lo escribo en
mi diario:
ha regresado Anaïs: soy otra.
–Quiero avisarte de que voy a acostarme
contigo –infinitamente desnuda dentro de una ligera
camisa–: a mí no me valen días ni horarios ni pautas
médicas.
Es Nadia pelo paja; adolescente de hormonas revueltas.
Frente a la boca del metro camina ya el otoño por el
asfalto recién hervido. Arde el paseo y arden las
mechas de Nadia hasta confundirse con las hojas secas
de los plátanos de sombra. Ocres y rojos. Sobre todo
el rojo; rojo anaranjado.Tiene el sol a su espalda y un
septiembre sin memoria se le va enredando en el
vuelo de la falda.
Los vómitos y nauseas
son un recuerdo lejano. Un
soplo en la memoria. Nadia
bebe agua hasta agotar la botella
que trae siempre consigo. Ni una sola
huella roja de sangrado en
18
Pliegos de Rebotica
2019
Andrés Morales Rotger
Colores
primarios
...y cuando abrí su diario, en la primera página sólo
había escrita la palabra cáncer; pero subrayada
cuatro veces, una por cada fase del tratamiento.
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