Revista Pliegos de Rebotica - Nº 139 - octubre-diciembre 2019 - page 13

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Soneto nº 429
¿Cómo vivir entre la blanca espuma
y el volcánico negro de la arena?
¿Cómo admirar la cándida azucena
sobre el estiércol que hondo hedor
rezuma?
¡Oh, frágil equilibrio!¡Oh, prueba suma
caminar cabe el aire y la cadena;
avanzar a pesar de la condena
que te entrega a los cardos y a la bruma!
Es locura, mi Dios; es Sol demente
aquel que alumbra a pertinaz ortiga,
junto a la cual se ofrece la amapola
en caricia de grana incandescente.
¡Ay, céfiro y tifón!¡Ay, paja y viga!
¡Ay, agrio cáliz bajo azul corola!
A mis padres
LAGOS DEL SERRANO
¡Cuántos montes de Venus te cercan,
rasurados cual lúbrica lapa
cuyo encanto se muestra a los cielos!
¡Cuánta lengua de tierra sedienta
se introduce en tu linfa ondulante
como espejo rizado, mellizo
del celeste en la tarde madura!
Eucaliptos y encinas bordean
el más alto nivel que alcanzaron
esas aguas menguadas y límpidas.
Cormoranes oscuros y gualdas
se sumergen buscando el sustento
bajo forma de peces esquivos.
Ahora vuelan; de pronto se posan.
Ya imprimieron su estela en el éter,
colectiva, invisible, incorpórea.
Ya han dejado en los lagos mil huellas:
espumosas heridas efímeras.
Mientras Luna se eleva al oriente
Helios cae y depone la espada.
La pizarra en su faz anochece
a la vez que el olor del jaguarzo,
de las jaras, romeros y brezos
ornamentan las brisas tranquilas.
¿Cuál será tu reflejo futuro?
¿Mostrarás invertidas quercíneas,
matorrales, mirtáceas y yerbas?
¿O el anhelo de azul palpitante
sólo estrella eternal doblará?
¡Cuán hermoso es vivir esta calma,
esta glauca, silvestre armonía!
¡Ojalá todo fuese tu esencia
sin la muerte, la hoz que precisa
natural equilibrio terreno!
A lo lejos un bello castillo
nos contempla cercanos al Ángel.
A Paqui
EXCESO Y CAÍDA
Era tan ardiente y expansivo el fuego del espíritu
que acabó con el oxígeno.
Tan vastas resultaron las ansias de luz
que todos los soles que lo circundaban se extinguieron.
Él anhelaba remontar los vientos,
pisando bóreas, notos, austros, céfiro y brisas.
Mas de tanto recorrerlos se desgastaron los aires
mientras el corazón le ardía en desmesura.
Se calcinaba a sí mismo, sí. Sin darse cuenta,
ante el afán por una esfera inasible.
En la llamada del ángel pérfido.
¡Ay, paraísos de estrellas!
¡Ay, vergeles lunares!
¡Ay, pensiles de auroras y crepúsculos tibios,
serenos!
Cayó del sueño como risco desde la cumbre,
abruptamente,
recordando el edén de la promesa,
a la vez que al fin lloraba y al fin se percataba
de su pasión deletérea, magmática locura
conducente al colapso del cosmos.
Ya no había ilusión que concebir.
Pedro José Pérez Rodríguez
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