Revista Farmacéuticos - Nº 138 - julio/septiembre 2019 - page 12

L
L
a frase inicial con la
que debe comenzar el
relato dice: “El mayor
sueño en este
momento de la vida
es...” A partir de ahora empieza
el concurso de escritura rápida.
Disponen de treinta minutos.
Suerte a todos.
Yo prosigo: es ganar el concurso.
No saben ustedes el hambre que se pasa en este
oficio de pedir.Vienen a misa muy arregladas y echan
calderilla que no me alcanza ni para café caliente.Y ya
dicen en ese refrán tan español que el hambre
agudiza el ingenio.Yo, antes de venir a Tazones vivía
en la frontera pero no saben ustedes el frío que hace
en el invierno y los sabañones que se me hacían en
los pies.Antes de eso sí tenía vida. Quiero decir que
todavía no había llegado la crisis, nadie me había
echado de casa y tenía unos cuantos euros en el
bolsillo para lo básico.Y como no, para comprarme
por capricho alguna novela de García Márquez y
ailgún cuento de Borges. Les parecerá una tontería
pero soñaba con hacer algún día algo así, inventarme
una historia que conmoviera al lector, solo que
Enriqueta me desanimaba con su frase de siempre: ¿Y
quién va a leerte a ti si no sabes ni escribir tu
nombre?” Reconozco que me tragaba el orgullo y
pensaba:“pues algún día me leerán”.Ya ven ustedes,
señoras del jurado, fue una casualidad que su hoja
con la convocatoria de este certamen cayera en mi
lata de pedir, que a punto estuve de llamarlas para
devolverles el papel, creyendo que sería una nota
personal, el ticket de la compra de la vecina o vayan
ustedes a saber.
Miro alrededor y veo al resto de aspirantes. Escriben
todos muy deprisa. Pero sobre todo, traen un
aspecto inmaculado.Todos recién duchados, con la
camisa planchada y los pantalones más nuevos del
armario.Todos
con ganas de
hablar de la
ilusión que mueve
al mundo, como
si desearan hacerles un lavado
de cara a los políticos para
ablandar sus corazones y de
paso cambiaran las leyes
represivas y se volviera un
poco a la igualdad entre el
pobre y el rico, vamos, a poder
vivir dignamente. Los supongo a
todos devanándose el cerebro,
exprimiendo sus neuronas para
que quede claro que esa y no
otra es su ilusión plagada de metáforas y buena
literatura, no como la mía que sale de adentro y pasa
por debajo de la piel hambrienta. Para qué nos
vamos a engañar, yo no pienso en nada de eso
porque hace días que no me importan esas tonterías.
Tengo tantos problemas para sobrevivir y no
morirme en la calle de tantas cosas, incluido de
soledad, que no puedo pensar en ilusiones
globalizadas y universales.
Leí en su hojita de convocatoria el premio. Ciento
cincuenta euros. Para algunos de mis contrincantes
eso supone un capricho con los amigos, un fin de
semana en la playa, un móvil nuevo.Yo pensé y lo
mantengo que es una fortuna. Me sentiría millonario,
como si me hubiera tocado el premio gordo de la
lotería. No saben ustedes, estimadas señoras del
jurado, los siglos que hace que no veo una cantidad
similar. Claro que si la ganara, mi vida en la calle
podría convertirse en un peligro. Nadie camina con
ciento cincuenta euros en la cartera. ¿O sí? He
perdido la cuenta de lo que resulta normal. Claro
que ustedes dirán que lo meta en el banco.Yo no
tengo banco, ni cartilla, ni euros y, según leo en los
periódicos retrasados que recojo alrededor de los
contenedores de papel, si metiera ciento cincuenta
euros en el banco para ir tirando, en un banco
cualquiera, aunque yo no gaste más que para
bocadillos, se quedan euros por mantener la cuenta,
por abrir la cartilla, por sacar dinero y hasta por
darles a esos señores de corbata los buenos días.
Sin embargo, en la base número siete dicen que el
ganador deberá leer su trabajo en público y eso sí
me hace ilusión, el minuto de gloria que Enriqueta
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Pliegos de Rebotica
2019
Lourdes Aso Torralba
Base
numero siete
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