Revista Farmacéuticos - Nº 135 - Octubre-Diciembre 2018 - page 31

La terminal del aeropuerto es
el final de principio.
Indicadores en lenguaje
internacional, hasta ese
momento y no después,
establecen las llamadas
oportunas de atención. Misión
espera como tantas veces
porque se impone el desalojo
de la barriga repleta del avión
y el vertido, bajo preocupación
aunque discreta, de la escasa
posesión individual.
De tanto caminar sobre las
sandalias corpóreas y los
mocasines imaginarios, los días
pasan deprisa en Transilvania.
La singularidad, que dejó su
impronta apenas asomamos a
los impulsos verticales de los Cárpatos, se deja
notar a cada paso. Al iniciarse cada jornada
recibo como un mantra el aliento cautivador
del poeta:
Ser en la vida / romero, / romero sólo que cruza /
siempre por caminos nuevos; / ser en la vida /
romero, / sin más oficio, sin otro nombre / y sin
pueblo… / ser en la vida / romero… romero…
sólo romero…
No puedo establecer un día donde las
pulsiones se repitan y se diluya en lo vivido mi
ansia de conocer. Al contrario, la novedad no
deja de estar presente, y tal vez nunca deje de
estarlo, porque lo encontrado sirve apenas de
aperitivo al hambre que se manifiesta cada
mañana.
Y así pasa dejando huella cada una de las
esquinas del Brasov centenario, el esplendor
de la ciudadela de Alba Iulia, el recinto
medieval de Sighisoara y, cómo no, el espíritu
invisible de ese Vlad Dracul,
El Empalador
, ese
mismo que gravita errante por sus propios
motivos y la pluma imaginativa de un Bram
Stoker que transformó con
extraordinaria habilidad al
hombre hasta convertirlo en el
personaje legendario que
conocemos, un supuesto –que
no veraz- habitante, tenebroso
y cruel, del impresionante
castillo de Bran.
A pesar de mis incertidumbres
previas, no está siendo difícil
tener minutos para enredar los
pensamientos a la consciencia,
y en algunos lugares los
matices favorecen la ruta
deslizante hacia el interior. Así
siento que ocurre en la iglesia
fortificada de Prejmer, una
maravilla que comenzaron a
construir los Caballeros
Teutones en el siglo XIII.
Probablemente es la altura y el espesor de la
muralla circular que guarda el enclave lo que
consigue crear en su interior una atmósfera
cuasi aprehensible. Apoyada por unos minutos
en un discreto poyete de piedra trato de
imaginar cómo sería la vida para sus habitantes
bajo las permanentes amenazas invasoras,
pero, a poco, me dejo inundar por la sensación
de aislamiento sensorial y silencio que allí se
respira. Recupero las páginas de
Versos y
oraciones del caminante
porque en ningún otro
lugar me ha sido tan fácil correlacionar las
palabras con las imágenes que retendrá para
siempre mi memoria, y, afortunadamente, la de
mi cámara:
Cuando andemos sin prisas / ¡qué silencio tan
grande habrá / sobre la tierra!
Ya no se oirán los perros / de nuestros pasos
negros y torcidos / que se quedan aullando a
nuestra espalda / en las piedras salientes y en las
pozas / Cuando andemos sin prisas / la hierba
vendrá siempre a nuestras plantas / a decirnos:
callad.
Sólo se oirá la risa blanca de las estrellas /
persiguiendo a las sombras por todos los caminos.
Cuando en mis retinas todavía se cimbrean los
múltiples motivos de Targu Mures y Cluj-
Napoca, el mágico atardecer estival de Sibiu
empieza a dejar en mí otra profunda huella.
Salgo –salimos en realidad- a recorrer el
enorme casco antiguo y el tiempo se curva
definitivamente. Sé que no es la gloria
monumental lo que me impresiona, lo que
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Pliegos de Rebotica
2018
Vivienda en Sinaia
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