cuyas aguas literarias tiene lugar el bautizo de León Felipe
el día 20 de enero de 1920. Dos meses después, se
publicará
Versos y oraciones del caminante
. El libro tiene una
buena acogida e impresiona a los lectores por su
originalidad, en un momento en que los restos del
modernismo comienzan a ser arrastrados por los aires del
vanguardismo:“Un día me recogió Enrique Díez-Canedo
como se recoge a un mendigo y me llevó de la mano a la
revista España, donde me presentó a sus amigos y más
tarde a los amantes de la Poesía de la Península y de
Hispanoamérica”.
Sin embargo, su espíritu peregrino, el alma en zig-zag de la
que hablaba su amigo Juan Larrea, le hará vivir un episodio
digno de Jonás, uno de sus profetas bíblicos más referidos.
Cuando ya parece tener destino en el Nínive de su
poesía, decide embarcarse (septiembre de 1920)
rumbo a Guinea Ecuatorial, su Tarsis africana, pero
pronto se produce el naufragio y es arrastrado
hasta las entrañas tenebrosas de la ballena
colonial.Tras dos años desempeñando
funciones como administrador de
hospitales en Elobey, Bata y Santa Isabel,
el gran cetáceo lo arroja de nuevo a
tierra peninsular, ahora sí, para cumplir
definitivamente su destino de escritor
español en tierras americanas. Muchos
años después, recordará este episodio
en el poema
Escuela
:“He dormido
muchas noches, años, en el África
Central,/ allá en el golfo de Guinea, en la
desembocadura del Muni,/ acordando el latido de mi
sangre/ con el golpe seco, monótono y tenaz del tambor
prehistórico africano”.
Tiene 38 años y es la hora de cumplir el sueño largamente
incubado de viajar a Estados Unidos, pero sus escasos
ahorros solo le dan para un billete de tercera en el buque
Colón, que zarpa del puerto de Cádiz con dirección a
Veracruz. Por recomendación de Alfonso Reyes, entra en
contacto con Pedro Henríquez de Ureña, el gran humanista
y peregrino de América, que no solo le proporciona trabajo
como bibliotecario y docente, sino que también lo
introduce en los círculos intelectuales del país mexicano.
Allí conoce a Berta Gamboa, que trabaja de profesora de
español en NuevaYork, hasta donde la seguirá poco tiempo
después un enamorado León Felipe. Se casan en Brooklyn,
a finales de 1923, y ya no se separarán hasta la muerte de
Bertuca, en 1957.
La estancia en Estados Unidos durará seis años, al final de
los cuales se establece en México. Edita la segunda parte de
Versos y oraciones del caminante
(1930), en el que la imagen
del caminante solitario del primer libro (como expresa
claramente el poema
Nadie pasó
:“Sigue tu ruta solo,
caminante”) da paso al viajero que desea ir acompañado,
como declara el poema de apertura:“Voy con las riendas
tensas/ y refrenando el vuelo,/ porque no es lo que importa
llegar solo ni pronto/ sino llegar con todos y a tiempo”. El
“yo” se ha transformado en el “nosotros”, porque la tarea
de alumbrar un hombre nuevo -entiende el poeta- es una
tarea de todos.Además, León Felipe muestra una clara
preferencia porque el viento de su poesía mueva las velas
de la nave (metáfora del viaje lineal) antes que las ruedas de
molino o las norias (metáfora del viaje circular), para que
no todo sea siempre de la misma manera:“Marinero,
marinero;/ marinero… capitán/ que llevas un barco
humilde/ sobre las aguas de la mar…/ marinero…/
capitán…/ no te asuste/ naufragar/ que el tesoro que
buscamos,/ capitán/ no está en el puerto/ sino en el fondo
del mar”.
Durante la década de los años 30, se produce un intenso
trasiego del poeta entre las dos orillas del Atlántico,
trashumancia oceánica que termina en 1938. Entre 1946 y
1948 se convierte en un “caballero andante de la poesía”
por los caminos del Nuevo Mundo.Al final del periplo, se
asienta en Ciudad de México, viviendo como “español
de un mundo poético que está en otras dimensiones
que el mundo histórico español”. Para entonces, ha
escrito obras tan representativas como
Drop a
star
(1933),
Español del éxodo y del llanto
(1939) y
Ganarás la luz
(1942).
Tras la muerte de Berta y la publicación de
El ciervo
(1958), le invade el silencio. León
permanece callado y parece dar por
concluida su obra poética, y aun su vida. Sin
embargo, ocho años después, el poeta busca
la tangente por la que escaparse del círculo
sin esperanza de la noria y del reloj con la publicación de
¡
Oh, este viejo y roto violín
! Siente deseos de volver a España,
pero cuando llega el día de realizar el viaje, decide quedarse
en la cama y no levantarse para tomar el avión.
Se despidió con la
Carta de viaje
dirigida a su pequeño
amigo Benito, en la que compara su vida -y la de los otros-
con un largo viaje en tren lleno de estaciones de
ferrocarriles:“La vida, nuestra vida no es más que una/
estación de llegada y de partida/ y la muerte un cambio de
tren,/ un pequeño trasbordo./ Detrás de nosotros quedan
muchas estaciones/ donde hemos parado ya unos
minutos…/ Y delante… mira, Benito,/ mira todas esas
estrellas allá arriba…/ todas nos esperan,/ todas son
estaciones en espera (…). Hala, hala, hala, a caminar, a
caminar/ a viajar… a viajar/ hasta que lleguemos a la Gran
Ciudad”.
De esta manera, puso el punto y final a su obra como la
había comenzado: con el viaje como la gran metáfora de la
vida, como el tema central de la obra literaria, con la
humildad suficiente para que su poesía esté
fundamentalmente determinada por el recorrido del
camino, y no por el viajero, aunque bien pudiera explicar su
vida con sus versos, sacar su biografía de sus poemas.
León Felipe se fue un día de finales del verano de 1968. Lo
hizo montado en la grupa de Rocinante, en el sitio que le
había dejado en la montura el “estrafalario fantasma de La
Mancha”, su mejor compañero de aventuras.
25
Pliegos de Rebotica
2018