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e un solo tajo, con su afilada
hoja de sílex insertada en un
trozo de madera, utilizada
habitualmente para cortar
tallos y hojas de las plantas,
seccionó aquella masa azulada gelatinosa que
parecía ser el cuello de la diosa. Era la primera
vez que se atrevía a tocar la carne de la deidad…
y le resultó desagradable.Tenía el tacto de las
vísceras de los peces en descomposición. Pero
sabía que el corte había sido efectivo por la
cantidad de líquido, también azulado, que salía de
la herida, y porque los abultados ojos negros
como el azabache mostraron por primera vez una
expresión de asombro e incredulidad, antes de
caer el cuerpo al frio suelo.
Danga era la mujer-chamán de un grupo
cromañón asentado en la fértil rivera del Ebro.
Confluían en ella funciones que hoy en día
separaríamos en medicina, farmacia, fisioterapia o
enfermería, junto con el papel de las futuras
sacerdotisas al entrar en contacto con las
distintas deidades o espíritus de la naturaleza y la
fuerzas sobrenaturales que dominan el mundo. Un
papel relevante para una mujer, ganado a pulso en
las distintas actuaciones llevadas en el pasado
tratando a heridos y enfermos, o en los buenos
resultados obtenidos por su tribu cuando han
tenido que localizar una cueva habitable,
concedido por los favores de los espíritus, y que
ahora, en su edad madura próxima a la vejez, pues
ya ha visto 25 veces la estación de las nieves, le
permite tener un rango superado solamente por el
jefe de la tribu y el guerrero alfa, que coordina las
partidas de caza, aunque recurren a ella
frecuentemente, demandando señales o signos
propicios antes de iniciar sus actividades.
Atardecía una calurosa jornada estival. Por la
mañana había estado recolectando miel, base para
preparar muchos de los remedios
medicinales que realizaba con
plantas y cenizas de animales. El
truco para localizar el panal
consistía en encontrar alguna abeja
recogiendo polen, e intentarla seguir
hasta donde está todo el enjambre
con el panal. Ahora estaba
recogiendo fruta madura de un
árbol cercano a la caverna donde
moraba la tribu. Danga oyó un leve
zumbido similar al
producido por
las abejas, y al
alzar su mirada al
cielo, observó como un segundo sol se acercaba a
la planicie donde se hallaba el frutal. Si bien
cualquier otro miembro de su especie habría
corrido a refugiarse en su guarida, ella,
acostumbrada a ver figuras y luces potentes en su
cerebro, ocasionado la totalidad de las veces por
los bebedizos preparados por ella para entrar en
trance en distintos rituales, producidos por hongos
alucinógenos o extractos vegetales con el mismo
efecto, esperó a que la luz se acercara, y tras un
ligero temblor de tierra, se posase cerca. En ese
momento, le empezó a invadir un extraño terror,
no por la luz en sí, si no cuando está empezó a
diluirse dejando a la vista algo que ella nunca había
visto, pues el metal brillante distaba algún siglo de
ser escudriñado por el ojo humano.Y de esa
forma brillante, pero no luminosa, se desgajó una
parte, como una rama que se tronchase, dejando
un hueco similar a la abertura de la cueva, por la
que descendió un ser semitransparente, del mismo
color que el cielo, que parecía flotar más que andar
al llegar al suelo. Dos ojos negros y saltones, como
había observado en los pequeños saltamontes,
destacaban en su cara, además de una pequeña
boca y unos orificios nasales sin ninguna
prominencia. Dos largos brazos salían de debajo de
una fina piel blanca que le cubría el cuerpo, nada
parecido a las pieles curtidas con los que ella iba
vestida. Danga lo vio claro en ese momento: uno de
los espíritus del cielo había bajado a entregar algún
tipo de señal o mensaje, y parecía ser una hembra
por los abultamientos pectorales que cubría con la
piel, pese al calor reinante, por lo que dedujo que
estaba en presencia de un espíritu femenino, de una
diosa todo poderosa.
En un acto intuitivo corrió hacia ella, postrándose a
sus pies en señal de sumisión, al igual que hacen los
guerreros de una tribu vencida tras una refriega,
implorando la benevolencia del vencedor
(raramente concedida). Al principio la diosa pareció
ignorarla, pero tras cerrarse el trozo o parte que
había dejado al descubierto la entrada de la nave
interestelar (pensaría en ello más tarde, para ver si
podían cubrir la entrada de la cueva de la tribu con
algo parecido, hecho con ramas y árboles), le miró
fijamente, emitiendo unos breves y cortos sonidos,
que Danga no pudo entender. Danga le saludó con
Juan Jorge Poveda Álvarez
Sílex
16
Pliegos de Rebotica
2018