Revista Pliegos de Rebotica - Nº 133 - Abril/Junio 2018 - page 8

E
E
n el tatami
sudaba una
joven con el
cabello
recogido en una
trenza mormona. La camiseta fucsia de
tirantes y las mallas color grafito tapizaban
una anatomía digna de figurar en un fresco
del Vaticano. Cero defectos. Tope
chic
. Se le
habían dibujado bajo las axilas unos
semicírculos de humedad que le
sentaban igual de bien que dos
pendientes de perlas auténticas. En mitad del
chumba-chumba
del aerobic le sonó su móvil
sujeto a la cintura.
Para contestar se apartó hacia la batería de
bicicletas estáticas, donde yo me eternizo, cuatro
días por semana, tratando vanamente de vencer
mi perfil mortadela. Entonces la reconocí. Era la
presentadora del tiempo que hace que me sienta
como un estropajo cuando recién levantado,
pantalón de pijama y babuchas, despeinado y
legañoso, me trago junto con el desayuno una
predicción meteorológica que casi nunca acierta.
Ni maldita la falta que le hace. Por temprano que
sea parece recién salida de una página de
Elle
. Tan
mona, tan segura y desenvuelta sobre los
tacones, con una silueta de curvas tan a juego
con las de las isobaras e isotermas.
Al pasar a mi altura mascullaba entre dientes,
roja de ira:
—¡Pero cuántas veces he de repetirte que a mí
ese tío me importa un comino! ¡A ver cómo
quieres que te lo diga! ¡Se trata de un
compañero y punto!
No pude escuchar más porque se marchó con la
respiración convulsa hacia el área de culturismo.
Cuando regresó iba secándose un par de
lagrimones con el dorso de la mano. Se le
escaparon algunos hipidos. Poco después,
vestidos de calle, coincidimos en el bar del
gimnasio en mesas contiguas.Yo tomaba una cola
con nada por
ciento de todo.
De nuevo la
telefoneó el
mismo, porque no
podía ser otro, y la cosa derivó hacia
otro berrinche en toda regla tras un
cuarto de hora de bronca.
Desde aquel día la observé atento
durante mi desayuno. Adelgazaba a
ojos vista y adquirió un porte
tirando a mustio. Un desmejoramiento palmario
pese a los trucos televisivos del estilismo.
Levantaba las manos con desgana al señalar en
los mapas, la sonrisa un punto forzada. Sus
comentarios habían perdido esa jovialidad, tan
característica en ella, que nos hacía considerar
como llevaderos pronósticos climatológicos
pavorosos. Por supuesto que aquello no me
sorprendió. Me lo estaba temiendo.
Una mañana mi hija menor apareció por la
cocina envuelta en su pijama de ositos y lunas,
como siempre semidormida, avanzando a
tumbos. Es un prodigio como vidente: en tales
condiciones y con la melena repartida por la
cara acierta a la primera con el tazón, la leche y
los cereales. Le hice un comentario sobre la mala
pinta de la chica del tiempo, y que si ella no lo
notaba también. Abrió una rendija en la cortina
de pelos para echarle un vistazo desabrido y me
contestó que de eso nada, y que a lo único que
sí le veía mala pinta era a su próximo examen de
Matemáticas. Desde la época del parvulario mi
hija Olivia me da la razón sólo muy de uvas a
peras.
Aún me quedaba otro fracaso más.
En mi despacho me entretuve buscando por
internet imágenes y vídeos recientes de la
presentadora. Mi socio del bufete pasó cargado
de expedientes y se quedó mirando mi pantalla
con sus ojos de pez. Me percaté de ello y,
apuntándola con el mentón, me dio en
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Pliegos de Rebotica
2018
Rafael Borrás
La chica
del tiempo
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