¿
¿Dónde están los niños?
Los estudiosos de la Iconografía Medieval los echan de
menos.Admiran las actividades de su tiempo, muchachas
danzando o recolectando, hombres en la trilla o en la sie-
ga, otras veces jugando o leyendo, incluso pintando o eje-
cutando música… pero niños, rara vez les acompañan.
Buscando el “por qué” de esta escasa aparición, Phi-
lipe Ariès (historiador francés) nos descubrió que los ni-
ños eran considerados como adultos pequeñitos, sus cui-
dados, en su crianza y en su salud, eran adecuados dada
la pobreza y la mortalidad infantil que existía. Pero enca-
riñarse con un niño tendría poca renta, no interesaba.
Sin embargo no se puede generalizar. En lo poco que
vemos parecen felices, a veces al lado de una madre so-
lícita. Son caprichosos, Quieren todo lo que ven. Ríen y
lloran alternativamente y se resisten a obedecer. Como
siempre en todos los tiempos.
En la escasa literatura infantil, el papel de los más peque-
ños era el de morir ahogados o raptados por alguien mal-
vado o perdidos en el bosque. Hasta los seis años vivían
y morían por su cuenta, carecían de guardianes.
La carencia de energía, la atonía en la infancia fue la
que hizo indiferente al hombre medieval
A los siete años se les daba categoría de personas.
La mitad de la población tenía menos de veintiún
años, la otra mitad no llegaba a los catorce.
Los varones de familia noble, los que sobrevivían, en-
tre los ocho y catorce años servían como pajes en algu-
no de los castillos vecinos, allí aprendían a cabalgar, cazar
y combatir. Los muchachos de las clases bajas, eran apren-
dices en otras familias. El adiestramiento militar llegaba a
los catorce o quince años.
Poco a poco fue cambiando el modo de vivir, el mun-
do conocido se iba extendiendo, los viajes aportaban in-
formes, los caminos eran penosos pero aun así los viaje-
ros los soportaban; vagabundos, estudiantes, clérigos,
todo tipo de mensajeros extendían las noticias entre las
ciudades.
El asombro y la ingenuidad acompañaban lo inexpli-
cable. Las luces de los pantanos eran duendes, las tor-
mentas eran un efecto mágico. Las tempestades, los se-
ísmos, todo lo sobrenatural asustaba, la magia y las
supersticiones estaban siempre presentes, especialmente
en las gentes humildes.
Había sin embargo quienes estudiaban e investiga-
ban, eran los menos, pero estaban muy considerados.
Para ellos la astronomía y la astrología determinaban
todas las cosas. La Alquimia era la ciencia más exten-
dida y popular.
La energía, tan necesaria, fue cambiando el mundo.
Dependía de la fuerza de los hombres de los animales
del agua y del viento. El bienestar llegaba poco a poco.
Se podía fundir el hierro, trasformar la madera y pro-
porcionar aire en las fraguas. Se trabajaba mucho en
grupo y con interés, en talleres con instrumentos ma-
nuales y alto compañerismo. Era una época poco indi-
vidualista, la presunción y el protagonismo no existían.
El mérito era colectivo. Fue “El Renacimiento” quien
dio paso a la vanidad.
El maestro Mateo trabajó como un obrero más al ha-
cer “El Pórtico de la Gloria”, lo único que podemos en-
contrar de su recuerdo fue su efigie, apenas visible, al pie
del monumento.
La educación, llegaba a los más afortunados, número,
que poco a poco aumentaba. Se basaba en las artes li-
berales que fueron cambiando con el tiempo. Al prin-
cipio fue el estudio de los clásicos. En el siglo VI el
sistema de estudio se basa en el Trivium, es decir tres
caminos, gramática, lógica y retórica, y en el Cuadri-
vium, cuatro caminos, aritmética geometría, astrología
y música. Esto se conocía como educación básica y no
tardo en extenderse por Europa.
Y llegó al reino de León. Nos lo cuenta a su modo
“El SIlense”.
“El rey Fernando I, educó a sus hijos e hijas instru-
yéndoles en primer lugar en las disciplinas liberales, que
el mismo había estudiado eruditamente.
Y luego dispuso que sus hijos, a la edad oportuna,
aprendiesen las artes ecuestres y los ejercicios militares
y venatorios al estilo español. Y a las hijas, huyendo de
toda ociosidad, las formó en las virtudes femeninas”.
Se ha querido ver en esta academia palatina un antece-
dente de las universidades europeas.
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Beatriz Aznar Laroque
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Pliegos de Rebotica
´2016
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Infancia y
juventud en el
Medioevo