Revista Pliegos de Rebotica - Nº 126 julio/septiembre 2016 - page 30

partir de aquí, a lo largo de la primera mitad del
XIX, numerosos y variados modelos se fueron
sucediendo, obras de otros tantos ingenieros y
mecánicos que ambicionaban un tipo de máquina
de amplia aceptación en el mercado. El negocio
se vislumbraba evidente, entre otras razones
porque semejante artilugio mecánico permitiría
sustituir a los copistas, muy lentos frente a las
nuevas oportunidades mecanográficas. Además de
abrir un amplio abanico de oportunidades en las
comunicaciones comerciales, culturales y sociales
de toda índole.
La ocasión americana, una sociedad, en aquel
entonces, que anhelaba protagonismo, enseguida
se hizo notar con firmeza. Un trío de ases
alcanzaron acuerdo: unos ingenieros, una firma
(Remington and Sons) y la máquina de coser. Los
nombres de Sholes, Byron, Densmore,Yost,
Brooks y Fenne, entre otros, permanecen ligados
a las primeras máquinas de escribir que tuvieron
cierto éxito comercial, ya en la segunda mitad de
la décimo novena centuria. Remington era
entonces una firma famosa por la fabricación de
máquinas de coser. A partir de esa idea se montó
una dactilográfica, consiguiendo el retroceso del
carro basculando un pedal similar a las de coser.
Se cita la fecha de 1 de mayo de 1872 como el
inicio de la fabricación industrial de las más
antiguas máquinas de escribir por parte de la
mencionada compañía.
Hacia los años 20 –¡los felices años veinte!– se
consiguió un patrón de diseño y fabricación que,
con ligeras variaciones entre los industriales, es el
que hemos conocido, coincidiendo con la mostrada
en el escaparate que reclamó mi atención y, porque
no decirlo, mi admiración reservada. Era la máquina
de escribir manual, con una disposición de los
resortes de las letras en aparente colocación
arbitraria o anárquica en las filas del teclado, que
tanto sufrimiento causaba a quien se iniciaba, en
lucha abierta contra la lógica del orden alfabético,
que se atoja más lógico y natural.
Las fabricadas, bajo licencia de Remington,
establecieron la distribución QWERTY en el
teclado, acogiéndose, evidentemente, a la
escritura inglesa. Sin embargo, en la segunda fila
aparecía (y sigue apareciendo en la actualidad)
una secuencia cuasi alfabética (d, f, g, h, j, k, l), lo
que sugiere que el punto de partida pudo ser el
trazado alfabético occidental. Es de suponer que
habría sus razones para proponer semejante
distribución de teclas y sus respectivos
caracteres mecanográficos. Una de ellas, según se
cuenta, era para evitar los atascos causados por
el entrecruzamiento y enganches de las barras de
los tipos cuando se escribía con cierta rapidez.
Tal disposición adoptada, al escribir en lengua
inglesa, hacía que las inserciones de los tipos más
frecuentes, para componer las palabras de mayor
uso común, estaban colocados distantes unos de
otros en la arquitectura interna de la máquina.
Hoy el teclado QWERTY (universal) se mantiene
en el mecanismo, vía impresora, de los
ordenadores compatibles con nuestro idioma,
eso sí sin que falte nuestra Ñ, que siempre debe
ser exigida.
En los ordenadores, sí, con teclado parecido,
aunque sin repiqueteo al golpe, porque las
máquinas de escribir, después de siglo y medio de
existencia, han pasado a ocupar las mesitas de los
coleccionistas, museos o de reclamo publicitario.
Tal vez no sean todavía reliquias. Por cierto, en
los años 40 se lanzó el prototipo de una máquina
de escribir silenciosa que fue un rotundo fracaso
de ventas. ¿Causa? A los usuarios les resultaba
agradable el tableteo cadencioso y monótono de
las teclas acaricidas por los dedos del escritor.
Aquellas legendarias marcas,
Remington, Olympia,
Olivetti, Smith-Corona, Underwood
(en la imagen un
precioso azulejo de un antiguo comercio
sevillano del ramo), permanecerán, sin duda,
como objeto de admiración por parte de todos
los que compartimos de alguna manera la
necesidad vital de expresarnos con la escritura.
Tampoco tengo duda sobre el auténtico avance
de escribir en un ordenador que facilita la
corrección de los errores tipográficos, de estilo
o de presentación de cualquier trabajo
mecanografiado. Las posibilidades son casi
ilimitadas. Este mismo artículo está escrito en un
ordenador, se dice, de 'penúltima' generación.
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