Revista Farmacéuticos - Nº 121 - Abril-Junio 2015 - page 19

E
E
n estos días, dos mujeres que forman
parte imprescindible de mi vida cumplen
años. Mi madre, noventa y uno. Mi nieta,
tres.
Ambas, vivas. Ambas en su tiempo. Ambas
aprendiendo constantemente. La pequeña, practica
inexorablemente la vocación innata de ilustrar los
caminos de su mente con circuitos neuronales
nuevos y a la vez repetidos generación tras
generación: comer, andar, hablar, leer, nadar…
La anciana sintetiza el inmenso arsenal de sus
conocimientos, los analiza, saca conclusiones,
desecha los banales, reitera los importantes…
Ambas están aprendiendo a vivir.
Dice la escritora y médico Marlo Morgan en su
polémico libro
Las voces del desierto
que todos
deberíamos tener dos vidas: una que nos sirviera
para aprender, y otra para vivir según ese
aprendizaje.Y yo creo que es cierto. Sería
estupendo poder rectificar todas las
equivocaciones, conseguir sin desviaciones todos
los objetivos, conquistar sin traspiés todas las
metas… ¿Quién no ha dicho más de una vez, “si
hubiese sabido lo que iba a ocurrir no lo habría
hecho”? Ese condicional, ese “si hubiese sabido”
oculta la fantasía universal de volver a vivir la
misma vida, pero con todo el bagaje intelectual y
emocional que se adquiere con los años.
Dice Kandel en su libro
En busca de la memoria
:
“los recuerdos confieren continuidad a nuestra
vida, nos brindan una imagen coherente del
pasado, y ponen en perspectiva la experiencia
actual”.
Así es. Pero
aprender a vivir, a
utilizar esos
recuerdos
pasados
como
herramientas
del futuro no
es tan fácil.
Incluso aunque de una forma milagrosa
volviésemos atrás con un cuerpo nuevo y una
mente vieja, seguramente cometeríamos los
mismos o parecidos errores. Como en la película
“Peggy Sue se casó” dirigida por Francis Ford
Coppola y protagonizada por Kathleen Turner y
Nicolas Cage, con toda probabilidad volveríamos,
de una u otra forma, a enamorarnos del mismo
personaje, a trabajar en algo parecido, a caer en
los mismos pozos, a reír con idénticos chistes.
Insisto. Aprender a vivir no es tan fácil, y por eso,
quizás afortunadamente, no acabamos nunca de
aprender.
Mi nieta repite ahora sus primeras palabras en
inglés. Mi madre se instruye en disfrutar de las
pequeñas cosas, en dejarse seducir por el olor de
una flor, en embelesarse con la conversación de
un niño, en ser flexible, en despreciar lo material,
en evitar el desdén innecesario, en vivir el
presente, su presente, del que es tan protagonista
como su biznieta.
Yo también estoy aprendiendo. Pongo mucho
interés: ya se acariciar corazones con cáscara y
besar palabras de hielo. Pero tengo tantas ganas
de seguir creciendo que espero no aprobar nunca
la asignatura de la vida.
Estudiante eterna, aprendiz para siempre: siendo
mejor cada día, pero sin llegar a la perfección.
Es una buena alternativa.
¿No creen?
Pues eso.
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Pliegos de Rebotica
´2015
Aurora Guerra
De tres
a noventa y uno
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