Fig. 3 Conquista de Jerusalén año 1337. Los caballeros
se identifican por sus escudos de armas.
Fig. 4 Tabardo de un rey de armas de Felipe II
grandes, admirables…, sin duda alguna tenían un
cierto carácter sagrado y su relación con la Ciencia
Heroica no se puede negar.
En Francia los heraldos llegaron a formar una espe-
cie de Colegio, con sus estatutos y reglas, y sus com-
ponentes debían tener un conocimiento exacto de
la Ciencia del Blasón, o Ciencia Heráldica, de la que
eran examinados.
Los heraldos eran los encargados de verificar la ge-
nealogía antes de “armar” a un caballero, y podían
acceder libremente a los archivos para hacer las
comprobaciones pertinentes. Utilizaban un traje o
cota de armas muy característico, a manera de dal-
mática, con las mangas cortas, llevando, por delante
y por detrás, las armas del Rey o Señor al quien ser-
vían o representaban (ver Fig. 4)
Independientemente de su origen y de las controver-
sias suscitadas, hay un hecho evidente y es su impor-
tancia en el Medievo y su paulatino ascenso social,
pasando a denominarse “Reyes de Armas”, y sus ayu-
dantes se llamaron “Farautes” y “Persevantes” y en
su conjunto eran denominados “Oficiales de Armas”.
Sin duda alguna estos heraldos fueron en tiempos
medievales los encargados de dirigir los torneos y
justas, que se diferenciaban entre sí por el número
de caballeros participantes; así en los primeros ha-
bía una cantidad variable de los mismos, y en cam-
bio en las justas participaban únicamente dos con-
tendientes. El caballero vencedor lo era por romper
más de tres lanzas, siempre dirigidas contra el escu-
do del caballero en liza.
Existían unas reglas cuyo incumplimiento descalifica-
ba y desprestigiaba a los caballeros participantes, co-
mo era el caso de lesionar a su oponente, por me-
dio de su lanza, que solía ser de madera de fresno,
a través de los resquicios de la armadura, o bien
causar heridas intencionadas a la cabalgadura del ad-
versario.
En numerosas ocasiones la rotura de la lanza, al pro-
yectarse contra el escudo del contrario, provocaba
numerosas heridas en rostro, cuello o manos, por
lo cual era habitual cubrirse y protegerse cada vez
con más piezas de hierro o mallas, de forma que los
caballeros participantes resultaban irreconocibles
por los asistentes a estos juegos o celebraciones.
Por tanto era necesario un cierto contraste en los
colores del escudo para poder distinguir a los con-
tendientes, tanto en las batallas como en los torne-
os, así como estilizar y a la vez exagerar los rasgos
de las figuras, sobre todo cuando representaban ani-
males como el león, el dragón o el águila entre
otros, lo que favorecía también el que pudieran dis-
tinguirse desde lejos, al menos desde una distancia
de ciento cincuenta metros, imprimiendo además un
carácter de fiereza, al pintar una cabeza grande des-
proporcionada, unos ojos desorbitados o unas fau-
ces abiertas, buscando con todo ello el asustar e in-
timidar al adversario.
Poco a poco se van implantando en estos dibujos o
diseños unas determinadas normas que son acepta-
das por los artistas que los realizan. De esta forma
los animales cuadrúpedos se van a representar ge-
neralmente de perfil y con la mirada hacia la dies-
tra del escudo; el león podrá ser rampante, pasan-
te o tumbado; las aves se representan de perfil
mirando a la diestra, a excepción del águila, y así nu-
merosos ejemplos. Por otra parte las figuras deben
encajar en el campo del escudo con una cierta ar-
monía, equilibrio y simetría, siendo esta regla aplica-
da por casi todos los artistas de la Edad Media.
No podemos olvidar que al principio las armas que
portaban los caballeros eran personales, por lo que
tanto en la guerra como en los torneos y justas po-
dían variarlas a su entero capricho, en cambio a par-
tir del siglo XIII estas armas personales pasaran a
ser utilizadas por sus hijos o descendientes convir-
tiéndose en “armas hereditarias”, y siendo estas las
“armas primitivas o puras” por ser las originarias de
los linajes correspondientes. (ver Fig. 5 y 6)
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Pliegos de Rebotica
´2015
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