Revista Farmacéuticos - Nº 118 - Julio/Septiembre 2014 - page 32

aspira a encontrar sentido en sus actos y en el
conjunto de su vida.Y ello exige una actitud de
apertura a la realidad, sea ésta como sea.
Alguien tan poco sospechoso de argumentar a
favor de la creencia en Dios como
Friedrich
Nietzsche
, afirmaba
4
que
la ciencia también
descansa en la fe; una ciencia “exenta de
supuestos” no existe
. Por tanto, deberíamos
evitar que ningún supuesto –llámele prejuicio,
si quiere– distorsione la evolución personal. Si
no podemos evitar tenerlos –en realidad,
siempre partimos de ellos– al menos
deberíamos intentar eliminarlos o sustituirlos
o, como mínimo, ser conscientes de ellos.
Con todo, parece haber más científicos
interesados por la filosofía y la teología que a
la inversa. En cualquier caso, ambas se
necesitan porque aportan visiones
complementarias – o suplementarias, cuando
no ortogonales – de la realidad. Pero, sobre
todo, porque un científico que no se adentre
en la metafísica probablemente no esté
entendiendo el propio método científico, en la
medida que todas – absolutamente todas – las
leyes científicas incorporan un notable un
excedente metafísico. Un científico enfrentado
a la metafísica se quedará permanentemente
en el cómo de la realidad – que representa
solo su superficie – sin poder penetrar en el
complejo de la interconexión infinita de todos
sus elementos pasados, presentes y futuros,
algo imprescindible para poder aproximarse al
porqué de esa realidad. No mejor futuro les
aguarda a los filósofos y teólogos que rechacen
el conocimiento científico, porque su
deliberado y excluyente idealismo les apartará
definitivamente de la realidad, poniéndoles una
venda en los ojos mientras caminan al borde
mismo del precipicio del vacío empírico. Una
filosofía y una teología al margen del
conocimiento de la ciencia y de la naturaleza
están condenadas de antemano a la alucinación
esquizofrénica de la realidad.
John Polkinghorne
y
Ian Barbour
son
ejemplos de científicos que decidieron utilizar
su potencial de conocimiento en la
profundización de las relaciones entre la
ciencia y la religión. Ambos son británicos
–aunque Barbour nació en Beijing, China– y
comparten el haber dedicado largos años de
estudio a la física; también coinciden en que
han recibido el premio Templeton. Ian
Barbour es físico teórico y teólogo,
mientras que Polkinghorne es un
experto en física de partículas y,
además, sacerdote anglicano. Junto a
estos dos físicos es importante citar a otro
científico, en este caso un bioquímico, aunque
como los anteriores también británico y
ganador del premio Templeton,
of course
. Se
trata de Arthur Peacocke, firme defensor del
pan-en-teísmo desde su condición de
sacerdote anglicano.
Peacocke define
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el
panenteísmo
como la
creencia de que el ser de Dios abarca y penetra
todo-lo-que-es, de modo que todas y cada una de
las partes de este último existen en Dios y, a
diferencia de lo que postula el panteísmo, el Ser
de Dios es más que todo-lo-que-es y no se agota
en él
. Para Peacocke, la ciencia y la teología
persiguen un objetivo común, que es
representar la realidad, para lo cual ambas
emplean metáforas y modelos
permanentemente revisables. En cualquier
caso, considera que el mundo –que él
denomina
todo-lo-que-es
– no tiene en sí mismo
la razón de su existencia.Y, por ello, la ciencia
es incapaz de poder ofrecer ninguna respuesta
satisfactoria a la pregunta de por qué existen
las cosas.
De acuerdo con este planteamiento, Peacocke
cree que la mejor explicación que cabe inferir a la
existencia del mundo y de las leyes fundamentales
de la física, con todas las entidades que aparecen
en el curso de éste, tiene su fundamento en otra
realidad, que es la fuente de su existencia fáctica.
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Pliegos de Rebotica
´2014
LA REALIDAD BAJO LA ALFOMBRA
4 Friedrich Nietzsche.
La Gaya Ciencia.
Akal,
2001.
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