Revista Farmacéuticos - Nº 118 - Julio/Septiembre 2014 - page 38

palma se enfrente a
ella. Con la otra
mano deje que sea la
corriente quien la
oriente.Yo calcularé
entre tanto la
trayectoria y situaré
mis manos a
diferentes ángulos
hasta que el cambio
de densidad me
indique el flujo
espectral.
Tras unos minutos y
sin mediar palabra, el
campesino se dirigió a
la orilla, salió del agua
y se calzó. El erudito
le miró con cierto desaire.
–¿Ya abandona? Le inquirió.
–Lo lamento. Contestó el campesino. Pero no
creo que sea posible tal hazaña y además, en
esta comarca, cuando queremos alterar el curso
del río solemos hacer una presa y compuertas
que nos permiten dirigirlo.
–¿Y qué mérito hay en eso?
–Ninguno señor, no la hacemos buscando algún
mérito. Nuestro propósito siempre es regar la
tierra. Que pase usted buena tarde.
Y dicho esto se
marchó pensativo,
seguramente
intentando
comprender a aquel
hombre, no tanto lo
que hacía sino sus
razones.
Al llegar a casa contó a
su esposa la aventura.
Inmediatamente, ésta,
echó a reír con ganas.
–Valiente bobada. Dijo.
Nadie puede detener
el río con sus manos.
El campesino la miró dejando ver tras su mirada
el infinito amor de quien suda al sol para llenar
la mesa. Se acercó a ella, le abrazó y con voz
susurrante sentenció: Bien sabes que tiendo a
confiar en las personas. Cuando alguien se
muestra tan convencido de algo merece ser
escuchado, después si su certidumbre fracasa y
él a pesar de todo sigue insistiendo, entonces,
su convencimiento no es mejor que el de los
locos, o peor aún, el de algún tonto que sabe
vestirse como lo hacen los sabios.
Aquel campesino iletrado, sabía, por experiencia,
que no es tonto quien se equivoca sino quien
defiende sus errores.
FABULA
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