Revista Farmacéuticos - Nº 118 - Julio/Septiembre 2014 - page 33

Tal realidad, por definición, no puede sino ser
primordial: debe existir por sí misma, ha de ser la
única realidad que tenga en sí misma la fuente de
su ser, ha de ser el fundamento del ser.
Sin
embargo, más allá de esta intervención divina
en el proceso de creación del universo,
Peacocke no le da más implicación directa a
Dios, ni siquiera como justificación de la
existencia de vida en la Tierra o en cualquier
lugar. Por el contrario, considera que
la
evolución biológica por selección natural – y por
otros procesos operantes – es un medio a través
del cual Dios ha creado y sigue creando. Dios no
hace las cosas, sino que las cosas se hacen a sí
mismas. La existencia de los entes creados es
esencialmente transformativa.
En la famosa discusión entre diseño finalístico
de los fundamentalistas y dejarlo todo en
manos del azar, propio del ateísmo, Peacocke
busca una posición distinta –pero no
intermedia– para encajar la presencia de Dios
y su más precioso regalo –la libertad– en la
vida y el universo
. Si todo estuviese gobernado
por leyes rígidas, prevalecería un orden repetitivo y
en absoluto creativo; si rigiera solo el azar, ninguna
forma, ningún modelo, ninguna organización
podría perdurar lo suficientemente para adquirir
identidad o existencia real.
De acuerdo con esta
posición, Peacocke se decanta a favor de la
existencia de una dirección general en el
proceso evolutivo y de una implementación de
propósitos divinos a través de la interacción
del azar y de las leyes naturales, pero sin
necesidad de recurrir a un plan determinista
que fije y regule todos y cada uno de los
detalles estructurales de cualquier organismo
que emerja con rasgos personales en el
proceso evolutivo. De igual manera, rechaza el
ateísmo por su renuncia a la búsqueda de una
respuesta a la pregunta
¿por qué?
a lo largo de
todo el espectro de la experiencia posible.
En realidad, la inquietud generada por la falta
de respuesta de la ciencia a las preguntas
esenciales del hombre es puesta de manifiesto
con especial relevancia desde los propios
dominios de la ciencia. Es como si el científico
intuyese que esa respuesta no va a llegar nunca
por esta vía, por mucho que evolucione la
ciencia. En este sentido,
Stephen Hawking
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reconocía hace años que incluso si hay una
teoría unificada posible, se trata únicamente de
un conjunto
de reglas y de ecuaciones ¿Qué es lo
que insufla fuego en las ecuaciones y crea un
universo que pueda ser descrito por ellas? El
método usual de la ciencia de construir un modelo
matemático no puede responder a las preguntas
de por qué debe haber un universo que sea
descrito por el modelo ¿Por qué atraviesa el
universo por todas las dificultades de la
existencia? ¿Es la teoría unificada tan convincente
que ocasiona su propia existencia? ¿O se necesita
un creador? Y, si es así, ¿tiene éste algún otro
efecto sobre el universo? ¿Y quién lo creó a él?
Desde luego, la respuesta no es el azar. Decía
el dramaturgo
Jacinto Benavente
que
muchos creen que el talento depende de la suerte;
pocos saben que la suerte depende del talento.
Yo
me permito reorientar esta reflexión en otro
sentido: hay quien considera que el universo es
fruto del azar; pero, en realidad, el azar –que
en muchos casos es una construcción mental
humana para desentenderse del conocimiento
de la realidad profunda– es fruto del
universo.
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Pliegos de Rebotica
´2014
5
Arthur Peacocke.
Los caminos de la ciencia hacia Dios.
Sal Terrae,
2008.
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Stephen Hawking
. Historia del Tiempo.
Plaza & Janés,
1993.
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