Revista Farmacéuticos - Nº 118 - Julio/Septiembre 2014 - page 31

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ese a que soy creyente, no soy
partidario de andar buscando
argumentaciones lógicas que avalen la
existencia de Dios. Si ya es difícil
demostrar científicamente nuestra
propia existencia –la suya y la mía–, ya me dirá
qué podemos hacer con la de un ente al que
solo los creyentes pretendemos percibir, pero
al que no podemos ver ni tocar.
Por mucho que admire a
Aristóteles
–y
créame que le admiro–, este hombre le hizo un
flaco favor a Dios al intentar explicar qué es y
cómo es. A partir de Aristóteles, una legión de
grandes y pequeños pensadores se dedicó a su
afición favorita y acabaron por embrollar la
situación hasta el más absoluto de los
desatinos; mis venerados filósofos griegos se
sintieron con tiempo y ganas de buscarle tres
pies al gato e intentar encontrarles lógica a los
dioses. Los pobres mortales se empeñaron en
comprender el caprichoso y agitado círculo de
Zeus y compañía, consiguiendo unos
espantosos dolores
de cabeza y la
rechifla generalizada
del panteón celestial.
Es evidente que la
razón es un huésped
incómodo para todas las
religiones, pero
hay que
reconocer al cristianismo que
tuvo la osadía de no eludir
el problema y pelear
durante toda su historia
para hacer compatible
la fe y la razón, aunque
con dudoso éxito
,
como indica
José
Antonio Marina
1
.
Incluso desde sus orígenes, los Padres de la
Iglesia Cristiana defendieron la necesidad de
entroncar la razón con la fe, rechazando una fe
ciega e ignorante, que con tanta facilidad cae en
el delirio. Las palabras de
Agustín de
Hipona
2
no dejan lugar a muchas
interpretaciones:
quien ni siquiera desea entender
y opina que basta creer las cosas que debemos
entender, no sabe aún para qué sirve la fe.
Estoy convencido de que nadie llegará a creer
en Dios a través del razonamiento, pero
considero que podemos llegar a entender y,
por ello, a consolidar nuestra creencia, en el
caso de que la tengamos, y a sentirnos
identificados y reforzados por ella. Rechazo,
por tanto, que la racionalidad sea la fuente de
la existencia, pero como creyente acepto que
la fuente de la existencia es la misma que la
fuente de la racionalidad
, como expresaba el
astrofísico y sacerdote católico
Michael
Heller
3
; por ello, creo que deberíamos hacer
un esfuerzo en esa dirección, con honestidad.
Considero, no
obstante, que la
aproximación entre fe y razón –o, si
usted quiere, entre
teología y ciencia–
debería ser mutua.
Ambas deberían
apoyarse, porque el
beneficiario es el mismo,
el ser humano. Un
científico o un filósofo,
como cualquier otra
persona, podrá ser
ateo, agnóstico o
creyente, pero por
encima de todo es
un hombre que
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SANTIAGO CUÉLLAR
Pliegos de Rebotica
´2014
LA REALIDAD BAJO LA ALFOMBRA
¿Cómo asar
castañas virtuales?
1José Antonio Marina.
¿Por qué soy cristiano?
Teoría de la doble verdad.
Anagrama
, 2006.
2 Agustín de Hipona.
Cartas 120, 2-8.
Michael Heller.
Creative tension. Essays on science
and religion.
Templeton Foundation Press
, 2003.
1...,21,22,23,24,25,26,27,28,29,30 32,33,34,35,36,37,38,39,40,41,...52
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