Leonor Faustos Gallegos, fechada el 17 de junio de
1775, se cuenta que la madre abadesa, Jerónima de
Jesús, estando en alta contemplación, tuvo una visión
del crucificado que le dijo:
Jerónima, es mi voluntad
que en este lugar de la huerta se me erija un
santuario y capilla en donde debo estar colocado
para que mis esposas se retiren y tengan días
señalados de ejercicios a modo de recolección.
Al manifestarle su incapacidad el Señor le dijo:
Anda mañana a la portería y al hombre que allí veas
háblale sobre esto y dile, de mi parte, que yo le he
elegido para la obra y que la ejecute luego
. A la hora
señalada se dirigió a la portería, vio a un hombre que
estaba litigando con las monjas para que le pagaran un
pequeño saldo que le debían. Al ver esto, la madre
abadesa dijo entre sí: Hombre que pelea por residuo
tan corto no puede tener facultades para emprender
obra tan importante. Y se dio la vuelta de inmediato.
Lo advirtió el hombre y preguntó a las porteras
quién era esa monjita tan rara y ellas se lo dijeron en
voz baja. Él, sin más, con todo respeto la llamó, pero
la madre Jerónima no hablaba a nadie por la puerta y
lo mandó que fuera al torno. Allí, con toda la
humildad, se puso a sus órdenes, mas el hombre,
ofendido y atento, con el respeto que le inspiraba la
madre, le dijo:
Y ¿por qué se volvió usted cuando me
vio?
Ella, confundida por lo que había hecho, no tuvo
más remedio que decirle que se había desilusionado
del todo sobre su persona por no creerle capacitado
para la construcción de la capilla. Y que ahora solo
tenía desconfianza. Mas él, impresionado vivamente
por el mensaje, contestó:
Al punto será obedecida la
orden del Señor; jamás pensé que Dios me eligiera
para la fabricación de un santuario.
Este hombre se
llamaba Pedro López de Gárate, hidalgo de
nacimiento, pobre mercader que después adquirió
buena fortuna y la Cruz de la orden de Santiago.
Concluida la fábrica, no se conseguía el Cristo de
cuerpo entero, semejante al de la visión de la madre
Jerónima. Pero sucedió que una hermana enfermó y,
antes de morir, llamaron a un padre agustino para
asistirla. Terminada la misión, las acompañantes
informaron al padre cómo tenían una hermosa capilla
sin vida, pues les faltaba el crucificado de tamaño
natural y con las características que daba la madre
Jerónima. Dicho padre descubre que el crucificado de
la visión es el Santo Cristo de Burgos. Él,
curiosamente, tenía una espléndida talla, copia que
había mandado hacer para Chile y, cómo, por
formidable tormenta que se había levantado en el mar,
tuvo que volver al Callao, y, desanimado del viaje, se
desembarcó con el Señor y ahora la tenía en el
convento.
Las monjas piden verlo y, al día siguiente, es
llevado en procesión hasta el coro del convento.
Luego empezaron las negociaciones; el agustino pide
500 pesos, pero solo logran juntar 300 por medio de
limosnas y, al no haber acuerdo, con infinito dolor,
acceden a que el agustino retire la talla.
Cuando la efigie llega a la puerta por donde entró,
ocurre el portento: a pesar de las varias diligencias del
interesado, confundido el padre, y las religiosas llenas
de amor, no había manera de sacar la imagen del
convento; un brazo de la gran cruz estancaba.
Entonces probaban otra posición, y nada, el Cristo no
salía. No se especifica si en el ínterin la imagen había
adquirido otro tamaño y peso, pero lo cierto es que el
agustino tuvo que tranzar (sic) en 400 pesos y la efigie
quedó definitivamente en su santuario.
Durante el terremoto del 28 de octubre del 1746,
que dejó en escombros a toda Lima, el Santo Cristo de
Burgos y las imágenes del calvario no sufrieron la
menor raspadura, a pesar de que el techo de la capilla
se cayó sobre ellas.
Es costumbre tocar sus llagas con algodones y
beber agua en la cual, previamente, se mojan los
clavos del crucificado.
La talla, de tamaño natural, se atribuye al sevillano
Gaspar de la Cueva, el mismo que anteriormente
realizara, estando aún en España, otra para el
convento de San Agustín de esta ciudad.
El Señor de Burgos del convento de las Clarisas
tiene cofradía y sale todos los años, en procesión, el
Jueves Santo. El del convento de San Agustín sale el
Domingo de Ramos.
El Señor de Burgos venerado en la iglesia de San
Agustín, cercana a la plaza Mayor de Lima, se halla
en una capilla lateral próxima a la majestuosa fachada
barroca, talla de tamaño natural, serena, cargada de
sufrimiento, de compasión y de ternura. En la misma
iglesia, en otro altar lateral, se honra a la Santísima
Virgen con la advocación de Ntra Sra de Valvanera.
Algún riojano también trajo su amor y con él su efigie
de la Virgen serrana, por estas tierras.
En el Perú, otras tres poblaciones de las que tengo
información, veneran con mucho fervor al Señor de
Burgos; dos en la cordillera, la de Huánuco y el
pueblito de Picoy, y la otra Chachapoyas en la selva
del departamento de Amazonas, siendo la primera
donde sobresalen las manifestaciones con novenas,
procesiones y festejos.
P
de Rebotica
LIEGOS
11
El Señor de Muruhuay, santuario moderno,
bello y grandioso.