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Pliegos de Rebotica
2018
cerrando la comitiva, el gordo y el flaco
conservábamos la misma posición relativa que
habíamos llevado en el tren. Quienes nos antecedían
en la marcha parecían llevar una conversación
protocolaria, por llamarla de alguna forma. El gordo y
yo, más que dialogar, no cesábamos de quejarnos, al
principio. Este hombre tan rollizo me dijo que era
secretario de un ayuntamiento y su viaje, según sus
palabras, lo mismo que el mío, era de trabajo. De
poco nos servía que fuera levantándose el sol, pues
los árboles que coronaban los tajos de las orillas del
camino nos ocultaban sus rayos. El bosque se
desperezaba lentamente y el frescor resultaba
agradable. Las voces de los que nos precedían en la
caminata eran amortiguadas por la vegetación, que
apagaba sobre todo los sonidos más agudos,
convirtiendo la charla en un zumbido de
moscardones. Llegamos a un cruce en el que mi
compañero tomó una dirección distinta a la mía. Me
pareció que me quedaba solo, pues apenas me
llegaba un murmullo y una difusa silueta de los que
abrían camino.
No soy, y jamás lo fui, ni siquiera de niño, un
miedica. Sin embargo, barruntaba que dos y dos
no sumaban cuatro.Yo diría que tres. No puedo
decir el motivo por el que estaba mosca, pero
algo que flotaba en el ambiente había despertado
mi instinto de inspector de siniestros. Lo mismo
en el tren, en la cantina y en el camino creía
haber captado detalles de que se me ocultaba
algo. Tenía la sensación de haber estado jugando a
las cartas con tres tahúres que estaban
conchabados. No me parece muy raro, pero si
poco normal, que tres/cuatro pasajeros del
mismo departamento, sin parentesco ni vecindad
entre ellos, se bajen en una estación de poca
importancia y tomen la “corredoira” del Gato.
Pero, ¿qué estoy diciendo? Si estos tres gachós
tuviesen algo contra mí, hubiesen podido
liquidarme a sus anchas en un terreno tan
inhóspito como el que cruzamos. ¿Qué
tejemanejes se llevaban entre manos? ¿Por qué
anduvo el gordo un buen trecho de camino junto
a mí? Los que iban abriendo camino, más que
hablar, bisbiseaban. ¿Acaso
pensaban que la foresta
estaba plagada de espías?
Cuando acabé de ascender
por una cuesta muy pina,
apareció la luz, me senté en
un tocón y escribí todo lo
que ustedes han leído.
Hecho esto, metí este
testamento en la cárcel de
papel. Después me puse en
pie y proseguí mi camino.
Llegué a la Parroquia e inspeccioné la destilería
que había sufrido el robo que ocasionó mi viaje.
Concluido mi trabajo, fui a comer a un mesón. En
él me informaron de los hechos en que se vieron
envueltos mis compañeros de fatigas.
La posdata que añadí al texto escrito en el camino
es esta: El saco de huesos era ejecutor de
sentencias, que, en lenguaje vulgar, quiere decir
verdugo. En el tren que conocemos, este
funcionario regresaba a su casa después de una
salida de trabajo, pues los de ese oficio vivían
apartados de donde actuaban. Su silencioso
acompañante era el policía que, de paisano, le
escoltaba hasta su domicilio después de la
ejecución, como era preceptivo. El gordo era
hermano del penado al que nuestro verdugo había
aplicado la última pena unas horas antes. El
panorama se complicó porque el ejecutor de
sentencias y yo nos parecemos muchísimo, sin ser
parientes. Ambos medimos un metro noventa y
seis centímetros, pesamos ochenta kilogramos
cada uno y los dos somos pelirrojos y tenemos la
cara picada de viruela.Total, dos individuos de lo
más corriente. Durante mucho tiempo en la
“corredoira”, el gordo se obsesionó en que yo era
el verdugo mientras exculpaba al saco de huesos.
Dejé de ser sospechoso para él la única vez que
me miró de frente, al encender un pitillo en
nuestro paseo y ver que tengo un ojo de cada
color. Al percatarse del detalle, cambió de rumbo y
fue tras la pareja.Vio despedirse al policía del
verdugo frente a su casa, y aprovechó la
circunstancia para apuñalarlo, pero unos vecinos le
defendieron, le socorrieron y apresaron al agresor.
Ambos medimos un metro noventa y seis
centímetros, pesamos ochenta kilogramos cada
uno y los dos somos pelirrojos y tenemos la cara
picada de viruela. Total, dos individuos de lo más
corriente. Durante mucho tiempo en la
“corredoira”, el gordo se obsesionó en que yo
era el verdugo y no el saco de huesos. Dejé de
ser sospechoso para él la única vez que me miró
de frente, al encender un pitillo en nuestro paseo
y ver que tengo un ojo de
cada color.
Al percatarse del detalle,
cambió de rumbo y fue tras
la pareja.Vio despedirse al
policía del verdugo frente a
su casa y aprovechó la
circunstancia para
apuñalarlo, pero unos
vecinos le defendieron, le
socorrieron y apresaron al
agresor.
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