Revista Farmacéuticos - Nº 134 - Julio/Agosto 2018 - page 11

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use mi pie sobre el vagón del ferrocarril
como Colón lo hiciera en una playa de
una isla de América al desembarcar en
su archifamoso viaje de descubrimiento.
No necesité banderas ni monsergas
para tomar posesión de mi medio de transporte.
Llevaba el billete, la reserva, el equipaje y mi
persona. La estación, el vagón y el departamento
que me tocó en suerte estaban repletos de
público. El expreso había llegado a su hora, y
muchos de los pasajeros dormitaban en sus
poltronas. Mi plaza estaba junto al pasillo y a
contramarcha. Cuando entré en ese espacio,
desperté al resto del personal, sin proponérmelo
pues, no solo debía ubicarme yo, sino mi equipaje
que se reducía a un maletín y una cartera de
mano. Di las buenas noches, dejé mis bártulos, sin
incordiar al resto porque mis compañeros de
viaje, que sabían que en Zamora se subiría un
señor, habían dejado un espacio libre en la repisa
de equipajes junto a mi plaza.Yo era el señor que
en Zamora engrosaría la cofradía de viajeros, y
creí advertir que se debía haber especulado
sobre mis carnes y mi profesión. ¿Por qué digo
esto? Porque percibí que alguno sentía una cierta
satisfacción al ver que el sujeto esperado era
muy flaco y que tampoco se trataba de un
viajante con el muestrario a cuestas. Con este
panorama, decidí apagar la luz pues era sensato
que los presentes reanudaran el sueño. Antes de
proseguir el viaje, apareció el revisor y, tras
mostrar a este empleado su billete
el señor que acababa de
irrumpir en el
convoy en Zamora y responderle al mismo el
ferroviario que todo estaba en orden y que su
periplo finalizaría en la estación siguiente a la de
Orense, apagó la luz. No produjo este gesto
mucho efecto. Seguía habiendo movimiento por
los andenes y muchos viajeros transitaban por el
pasillo de mi vagón hablando en tono alto. No
me preocupó en absoluto, pues mi cansancio me
facilitaría dormirme en cuanto el tren saliese de
la estación y volviera cada mochuelo a su olivo.
Está uno tan acostumbrado a viajes de toda laya
que, en cualquier situación, es capaz de salir a flote.
El ocupante del asiento contiguo al mío debía
pesar cuatro arrobas más que yo, y además tenía la
manía de despatarrarse y de separar los brazos del
tronco, de manera que poseía una tendencia
natural a encontrar rápidamente una postura
cómoda para él. No me creó ningún problema
puesto que, desde que sufrí sus primeras
embestidas, tomé mi cartera de mano y la puse en
mi regazo. Esto le hizo recuperar la compostura.
Las líneas fronterizas entre su persona y la mía
volvieron a su cauce natural y, cada vez que daba
un codazo, chocaba contra mi cartera y a fe que se
arrepentía.Tras el segundo envite, desistió bracear.
Este enser mío es metálico y está forrado de
cuero. No es una caja de caudales porque,
cualquiera que tuviese más fuerza que yo podría
apropiarse de ella y me
quedaría sin mi
peculio.
Para
mí, es
la
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Pliegos de Rebotica
2018
Ignacio Jasa
La cárcel de papel
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