cárcel de papel, y la documentación que en ella
guardo está a salvo de miradas de curiosones pues,
como el sistema de cierre es muy bueno, papel que
entra en ella solo sale si yo deseo que así sea.
Pero, ¿por qué puedo querer pasear por toda
España papeles secretos en una cartera que es tan
pesada? Trabajo en el ramo de seguros.Antes
vendía pólizas, pero actualmente soy inspector de
siniestros.Yo investigo para la compañía en la que
gano mi pan cuando a un cliente nuestro le
importuna una desgracia cuya ocurrencia tuviera
asegurada en ella. Empecé con mucho despiste y es
probable que más de cuatro listos se lucraran de
mi candidez, pero llegó el día en el que mi instinto
se desarrolló y, repitiendo las palabras de mi jefe,
supe cuándo dos y dos sumaban cuatro y no otro
número. Como mi empresa está bastante
extendida por unas cuantas regiones, me toca
moverme de lo lindo y, si no presumo de saber
geografía, al menos me ufano de conocer bastante
bien las guías de ferrocarriles y las cantinas de unas
cuantas estaciones. Mi compañía trabaja mucho en
el medio rural y en unas cuantas capitales de
provincia de mediana importancia, de manera que
no alardeo de saber grandes intrigas acerca de
accidentes aéreos o cualquier martingala que
permita a un asegurado desaprensivo hacerse rico
de la noche a la mañana. He puesto al descubierto
a algún pastor que había prendido fuego a su
propio aprisco, y a tenderos que aparentaron sufrir
un robo, incluso un atraco. Sin embargo, lo más
importante que ha pasado por mis manos ha sido
el incendio de una fábrica de harinas y el falso
robo de un cuadro de cierta importancia realizado
en un recinto sagrado. No me voy a vanagloriar de
mi sagacidad por
haber sabido
tirar de la manta y dejar al descubierto las
maniobras de unos delincuentes. No hubo más
mérito por mi parte que el esfuerzo que hice para
no ser tenido por un tonto.También es cierto que
el azar jugó a mi favor.
Abrí los ojos, que ya se habían acostumbrado a la
oscuridad, y traté de observar a mis
acompañantes en el departamento. Sentado a
favor de la marcha, y junto a la ventanilla, estaba
aposentado un hombre de una hechuras
parecidas a las mías. Como decía mi abuelo, se
trataba de un pollo más alto que un pino y más
fino que un alambre. En pocas palabras, un traje
mío le sentaría bien a él. El que ocupaba el
asiento a su lado, era de tipo muy corriente y
silencioso en extremo. Frente por frente a mí, iba
una mujer añosa y menuda que continuamente
trataba de abrigarse bien.Ya dije que a mi diestra
viajaba un señor que estaba de buen año, este
cliente de Renfe llevaba por compañero a su
derecha a un eclesiástico.
Llegó el momento en el que advertí que
corríamos por territorio gallego por los matices
del oscuro paisaje que se podían apreciar. Estaba
despejado y con luna llena se veían los rasgos
más salientes de la vegetación. Recorrimos un
buen trecho junto al cauce de un río, y en Galicia
éstos se caracterizan por tener un fondo muy
negro. Muchos creen que ello es debido a que
abundan ciertas algas que no están presentes en
otro tipo de terrenos. Algunos apuntan que
crecen las algas que simpatizan con el granito.
No fue problema el despertarme para apearme
en mi estación porque nos bajamos del tren en
ella los cuatro pasajeros laicos del departamento.
Cuando el cuarteto llegó al andén, clareaba el día
y, como la cantina estaba abierta, los cuatro
recién llegados decidieron desayunar. Esta
clientela se conformó con lo que quedaba y,
una vez saciado su apetito mañanero, salió a
la calle. Sin llegar a hablar de sus
respectivos destinos y, sin despedirse
unos de otros, tomaron todos la misma
ruta. Prosiguieron por la calle que
habían elegido al salir de la cantina y,
cuando se acabaron las edificaciones,
continuaron por el sendero que
aparecía ante sus ojos. Su trazo era
sinuoso y su piso entraba en declive
desde el punto en que dejaba de
haber casas.
Sin causa aparente, los viandantes nos agrupamos
por parejas. El pelotón de cabeza estaba formado
por el saco de huesos y su vecino de asiento y,
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Pliegos de Rebotica
2018