Revista Farmacéuticos - Nº 134 - Julio/Agosto 2018 - page 3

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onfieso, con un cierto arrojo, que La Eneida es uno de mis
libros compañeros. Hago esta bizarra afirmación porque en
estos tiempos suele suseder que si no dices eso de un
best seller
o
una novela que se ha llevado al cine, quien te oye te calibra con ojos
condescendientes porque no estás al día.Y eso por lo visto, no tiene
perdón. Qué le vamos a hacer, me da absolutamente lo mismo.
Adoro su prosa limpia que camina por los siglos sin perder frescura. Su ritmo trepidante . El
planteamiento a veces sicológico de la multitud de personajes que abarca. El frenético fragor
de las batallas. Los peligrosos viajes. La contagiosa placidez de los momentos felices. El amor
de entrega total. El odio en estado puro y sin fisuras. La serena valentía ante el deber. El
afloramiento de lo perverso o lo delicadamente espiritual en sus protagonistas.
Esta larga entrada viene –aunque no lo parezca– relacionada con las vacaciones. Hay muchas
razones para elegir destino para esos días de libertad de lo cotidiano. Desde el
dolce far niente
de las playas caribeñas hasta el azacaneado ascender y descender de los montañeros. Luego
estamos los normalitos de miscelánea que formamos el grupo del común de los mortales, que
picamos de aquí y de allí según se nos va ocurriendo. En mi
caso, y perdonen el afán de protagonismo, quienes con
frecuencia deciden mi destino son esos libros que me han
acompañado a lo largo de los años. En este caso fue La
Eneida. Hacía tiempo que deseaba ir a Túnez para pisar,
para sentir Cartago. Siempre me impresionó la descripción
que Virgilio hace del momento en que Eneas parte –huye–
de la ciudad con sus naves.
Las ruinas conservan el recuerdo de lo que fue la
magnífica ciudad y desde su altura reviví lo leído tantas
veces y vi lo perfecto de la descripción. La dicotomía de
la belleza y la esperanza allí abajo de tantas velas blancas
volando sobre el mediterráneo añil y plácido.Y allí, arriba,
la desgarrada desesperación de
la reina Dido que prefiere morir
entre las ruinas de su ciudad a
vivir sin el amado.Y contra el
cielo plácido y encendido, la ciudad en aquel alto envuelta en
llamas como un inmenso faro trágico y mortal.
Eso me llevó a Túnez. El mismo impulso que me llevó a China para
revivir la vida de la última emperatriz en la Ciudad Prohibida y el
Palacio de Verano. A Turquía para sumergirme en el esplendoroso
Efeso y Estambul recordando la valentía triumfante y tenaz de su
emperatriz romana. A Roma para sentir desde dentro la gloria
clásica que Adriano vivió.
Seguramente, acepto humildemente el veredicto, soy rarita y poco
original, pero no saben ustedes lo bien que me lo paso.
Y antes de que se me olvide, feliz regreso a lo reconfortante de lo
cotidiano.
n
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Margarita Arroyo
Pliegos de Rebotica
2018
CARTA DE LA DIRECTORA
De Virgilio
y otros amigos
Pierre-Narcisse Guérin: Eneas describe a Dido la
caída de Troya (Énée décrit à Didon la chute de
Troie, 1815). Museo del Louvre.
Eneasa mitología grecorromana,
héroe de la guerra de Troya.
Publio Virgilio Maróna
(Virgilio, 70 a. C-19 a. C.)
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