Revista Farmacéuticos - Nº 134 - Julio/Agosto 2018 - page 5

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Pliegos de Rebotica
2018
L
Juan Jorge Poveda Álvarez
L
as olas batían el arco de roca
próximo a la playa. Dos figuras
humanoides comenzaban a
reptar sobre él, emergiendo
del frio mar. Los cánticos
cesaron hace unos minutos, aunque el
ulular de impuras flautas todavía flotaba
en el ambiente.Aparecieron dos
tentáculos en mitad del arco, preludio de la gran
masa ciclópea de la cual eran vanguardia.Apreté el
detonador eléctrico y todo saltó por los aires.
Desde la ciudad de Alicante se vio primero el
fogonazo y después se oyó la detonación en la
cercana Isla de Tabarca.
Agosto de 2017. Hacía un par de semanas que la
Guardia Civil había hecho estallar una bomba
perdida, hallada en el fondo marino de la isla por
unos submarinistas. Se cuenta que hubo un
combate entre un submarino alemán y unos
aviones ingleses durante la Segunda Guerra
Mundial en esta zona.Aunque podía ser un hecho
aislado, debido a la actividad turística que se
desarrolla en la isla, fui enviado como integrante de
los Grupos Especiales de Actividades Subacuáticas
de la Guardia Civil (GEAS), bajo la apariencia de un
turista más, para no levantar ninguna preocupación
en la población ni en los veraneantes, a revisar
concienzudamente el fondo marino próximo a la
isla. Durante agosto y septiembre pasé diariamente
horas y horas bajo las aguas. Reconocí metro a
metro el litoral, pero no localicé nada anormal. La
inmersión era a poca profundidad, bajo un agua
cristalina. Sin familia ni obligaciones, conjugué dos
meses disfrutando del clima, mi pasión del
submarinismo, la buena comida, y la compañía de la
familia que regentaba el único hotel con
habitaciones en la isla, los cuales empezaron a
considerarme un miembro más de la misma, un
naturalista que filmaba documentales para emitir
en diversas televisiones.
Comenzó octubre, y el cambio de estación era
evidente. Los turistas habían desaparecido, y el mar
empezaba a picarse con la entrada de las primeras
borrascas. Había terminado de “peinar” el litoral,
así como algunos taludes elevados en la periferia
de la isla.Todo negativo, por lo que iba a dar por
terminada mi revisión esa misma semana.
Las noches eran frescas, oscurecía pronto. Faltaban
dos días para la luna llena, ideal para dar una vuelta
después de cenar, y empezar a hacer el equipaje.Ya
había informado a mis caseros de mi partida, los
cuales lamentaban perder a su único cliente.
Andaba distraídamente, viendo las luces de Alicante
y Santa Pola en el horizonte, siluetas de barcos
retrasados con destino al puerto, o el contorno de
un cuartel de la Benemérita abandonado en mitad
de la isla. La inercia me hizo llegar casi al límite
isleño, y de regreso al hotel, al filo de la media
noche, empezó a flotar en el ambiente un sonido
de flautas mezclado con raros cánticos, que
ascendían desde la cercana playa de cantos
rodados, al borde del acantilado. Extrañado por la
actividad en ese lugar y momento, me acerqué con
sigilo, pensando en encontrar alguna fiesta
nocturna, organizada por ocupantes de algún barco
fondeado en las cercanías de la playa.
Pero lo que vi me dejó helado.A la luz de una
docena de mortecinas antorchas, cuerpos
desnudos se fundían sobre las piedras redondeadas
de la playa, sin ningún barco en las cercanías.
Recordando
a Lovecraft
(1ª parte)
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