Revista Farmacéuticos - Nº 134 - Julio/Agosto 2018 - page 7

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Pliegos de Rebotica
2018
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ecía Gabriel Miró que el artista no crea de
la nada. El científico, tampoco. En la Ciencia
como en el Arte, crear equivale a elaborar
una relación innovadora, a construir un
nuevo orden, a partir de elementos
preexistentes. Las “obras de la Naturaleza” están dotadas
de vida y, por ello, serán perecederas; en cambio, las
obras de arte y las obras científicas perduran con la
“angustiosa fragilidad de lo eterno”. La obra de arte más
que un descubrimiento es un invento que se oferta al
desconocido y asombrado observador para su disfrute,
mientras que la ciencia procura soluciones al hombre sin
dejar de provocar en éste sorpresa y fascinación durante
el camino recorrido para conseguir sus objetivos.Así lo
entiende también una de las mentes más brillantes de la
ciencia española, la de Santiago Ramón y Cajal, quien en
sus
Reglas y Consejos sobre Investigación Científica
afirma que la construcción científica “se eleva a menudo
sobre las ruinas de teorías que pasan por indestructibles”
y que “no hay cuestiones agotadas, sino hombres
agotados”, antes de hacer suyo el pensamiento según el
cual “la Ciencia se crea, pero nunca está creada” (J. B.
Carnoy). Seguramente también admitiría como
fundamentos del proceso creativo esos “tónicos de la
voluntad” que son la curiosidad y el
entusiasmo
, el
asombro y la satisfacción por el trabajo bien hecho.
En efecto, la curiosidad y la admiración son la primera
motivación, el sustrato sobre el que se ponen en marcha
la serie de reacciones que constituyen el proceso
creativo, mientras que la satisfacción es el estímulo, el
catalizador sin el cual
no sería posible
reanudar una vez tras
otra la tarea creativa.
En este sentido,
pocas cosas hay que
se puedan comparar
al placer de
contemplar la obra
terminada o, mejor
aún, el instante
previo, en el que el
pálpito del corazón –
que ya intuye la
importancia y la
trascendencia de lo
conseguido– se acelera por el
gozo pleno de los sentidos y el puro deleite intelectual
ante la nueva creación, ante el descubrimiento. Ambos, la
curiosidad y la satisfacción, alimentan y se retroalimentan
con el entusiasmo, y esto no solo ocurre en el arte, la
literatura o la música, sino también en la Ciencia.
Nadie mejor que Santiago Ramón y Cajal personifica el
significado de la palabra entusiasmo (“estado de intensa
excitación espiritual provocado por la fe en algo o la
adhesión a alguien, que se manifiesta en la viveza o
animación con que se habla de la cosa que lo provoca o
el afán con que se entrega uno a ella”), hasta el punto de
que si no existiera en el diccionario debería inventarse
para describir uno de los principales rasgos de su
personalidad.
Cajal tiene una fe inquebrantable en el progreso
científico como motor de avance social y de mejora de la
vida de las personas, y al servicio de esta tarea pondrá
una “voluntad indomable”, alimentada por la tenacidad y
el afán de superación:“Si hay algo de nosotros
verdaderamente divino, es la voluntad. Por ella afirmamos
la personalidad, templamos el carácter, desafiamos la
adversidad, corregimos el cerebro y nos superamos
diariamente”, comentará en sus
Charlas de café
,
publicado en su primera edición de 1920 como
Chácharas de café
.
Esa excitación estimulante, ese “dios interior” (
entheos
),
se manifiesta en Cajal no sólo en su singular tarea
investigadora del
sistema nervioso,
sino también para
desarrollar otras
facetas de su
excepcional
capacidad de trabajo:
da clases, forma
investigadores, se
adentra en el camino
de la Bacteriología,
descubre fórmulas
para realizar la
instantánea
fotográfica, mejora la
técnica e incorpora
José González Núñez
Creación científica y Creación artística
El ejemplo de
Santiago Ramón y Cajal
(Iª parte)
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