Revista Farmacéuticos - Nº 134 - Julio/Agosto 2018 - page 6

Distinguí a la hija de los dueños del hotel, y algún
otro vecino de la isla, junto con otros hombres y
mujeres que se movían torpemente, como a saltos,
por encima de las piedras. No sé muy bien por qué,
pero me asusté. Corrí todo lo que pude hasta el
hotel, y cerrando la puerta de mi habitación con
llave, me dejé caer exhausto sobre la cama. Esa
noche tuve un extraño sueño, en el que me
levantaba, cogía la mano de la hija de los dueños del
hotel, y ambos desnudos, nos sumergíamos en las
aguas de Tabarca, llegando al pie de una inmensa
puerta de piedra en el fondo marino (¿cómo podía
respirar debajo del agua?), que daba acceso a un
oscuro agujero, del cual emanaba una luz rojiza
fosforescente. El sueño terminó cuando algo
empezó a moverse en el fondo de la luz rojiza.
Desperté bañado en sudor. No distinguía entre
recuerdos y sueños. Me dolía la cabeza. Pensé que
todo debía ser una pesadilla, fruto de una mala
digestión, y decidí desayunar livianamente ese día,
empezando a preparar mi marcha. Bajé al comedor,
encontrándome con la pareja propietaria del hotel y
su joven hija. Desde luego no reflejaba la agotadora
pinta que tenía yo, pues parecía alegre y descansada,
y no lucía las grandes ojeras que colgaban bajo mis
ojos. Pasé todo el día recogiendo notas y apuntes
esparcidos por toda la habitación. Descolgué los
mapas de la pared donde tenía parcelado todo el
litoral de la isla, con la planificación de las
inmersiones.Y antes de darme cuenta, me
sorprendió de nuevo la noche llenando las bolsas
con los útiles de buceo, sin darme cuenta que no
había oído las llamadas a comer que me habían
hecho los anfitriones. Cené frugalmente, solo con el
matrimonio (¿y la hija?) y tras ver un rato la
televisión, alrededor de la media noche, me marche
a estirar las piernas y respirar la fría brisa marina.
No sé el motivo que me llevó hasta la playa de mis
pesadillas de ayer, pero dejando el cuartel
abandonado a mi derecha, me encaminé por el
sendero que descendía hacia la playa de guijarros.
Llegué a la dársena. No había nadie. Di media vuelta,
y al emprender el camino de subida al acantilado, oí
a mis espaldas ruido de chapoteo, y un suave ulular
de las flautas.
Me tiré al suelo entre unos de los duros matorrales
que crecen en la isla. Su roce en la piel me hizo ser
plenamente consciente que no estaba dormido.Y vi
las figuras desnudas saliendo del agua, encendiendo
las antorchas semienterradas entre los guijarros
más alejados del mar. Pero lo aterrador es que
había una mezcla de humanos (incluida la hija de los
dueños del hotel) con unos seres humanoides, con
ojos abultados, manos con membranas entre los
dedos, y la piel cubierta con escamas blanquecinas,
saliendo conjuntamente del agua, enredándose
sobre las piedras con frenesí.
En un momento en el que las flautas menguaban su
tono, intenté zafarme de lo que veía. Porque ahora
sí estaba seguro que lo estaba viviendo, que no
estaba soñando.Y al comenzar a subir la cuesta,
eché un vistazo a mis espaldas, y vi a la hija mis
anfitriones mirándome fijamente. Quedé paralizado,
esperando el grito acusatorio que señalase mi
presencia. Pero no.Anduvo al principio lentamente
hacia mí, y al alejarse de sus compañeros de baño,
avanzó rápidamente. Llegó a mi lado. Me cogió la
mano, y descendimos por la ladera hacia la parte
más alejada de la playa. Nos metimos en el mar.
Nadamos hacia el interior, y en un momento, tiró
con una fuerza sobrehumana de mis manos hacia las
profundidades, arrastrándome hacia el negro
abismo. Contuve la respiración mientras ella
descendía. Notaba la presión del agua en ojos y
oídos, y cuando me dispuse a gritar, el agua entró en
mi boca y pulmones… y no pasó nada. Respiré
agitadamente, inhalando y exhalando agua.Agua.
Respiraba.Agua. Ella no se separó de mí. La ropa se
desprendía de mi cuerpo.Y seguimos nadando, hasta
que topamos de bruces con la puerta de piedra de
mis sueños.
(Continuará).
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