permanente hechos de interés, pero únicamente un
número reducido de científicos ha sabido elaborar
hipótesis acertadas desde lo hechos observados,
casuales o no. Al alcance de todos los astrónomos
estaban los astros, pero Copérnico y Kepler fueron
mucho más allá para tratar de explicarse ellos y
explicarnos a todos las leyes del Universo.Y es que
muchas veces, el descubrimiento consiste en ver lo
que todos han visto y pensar lo que nadie ha
pensado.Y para ver, hay que mirar y hay que saber,
diría el poeta Luis Rosales.
Este planteamiento está implícito en el pensamiento de
Cajal y lo podemos observar en varios de sus escritos.
Así, en
Mi infancia y juventud
, al hablar del
descubrimiento del daguerrotipo y el prodigio de la
revelación fotográfica, dice:
“¡El azar!... ¡Todavía el azar como fuente de conocimiento
científico en pleno siglo XIX! Luego el mundo está lleno
de enigmas, de cualidades ocultas, de fuerzas
desconocidas... Por consiguiente, la ciencia, lejos de estar
apurada, brinda a todos con filones inagotables. Puesto
que vivimos, por fortuna, en la aurora del conocimiento
de la naturaleza; puesto que nos rodea aún nube
tenebrosa, sólo a trechos rasgada por la humana
curiosidad; si, en fin, el descubrimiento científico se debe
tanto al genio como al azar..., entonces todos podemos
ser inventores. Para ello bastará jugar obstinada e
insistentemente a un solo número de esta lotería.Todo
es cuestión de paciencia y perseverancia”.
En
Las reglas y consejos sobre investigación científica
comenta el caso de Bernard Courtois (del que se decía
que no se sabía si fue él quien descubrió el yodo, o si el
yodo lo descubrió a él) y plantea de forma bastante
precisa lo que hoy se entiende por “
serendipia
”:
“Y esto nos lleva a decir algo de la casualidad en la esfera
de la investigación científica. Entra por mucho,
positivamente, el azar en la labor empírica, y no debemos
disimular que a él debe la Ciencia brillantes adquisiciones,
pero la casualidad no sonríe al que la desea, sino al que
merece.Y es preciso reconocer que sólo la merecen los
grandes observadores, porque ellos solamente saben
solicitarla con tenacidad y perseverancia deseables y
cuando obtienen la impensada revelación, sólo ellos son
capaces de adivinar su trascendencia y alcance.
En la Ciencia, como en la lotería,
la suerte favorece
comúnmente al que
juega más, es decir, al
que, a la manera del
protagonista del cuento,
remueve continuamente
la tierra del jardín. Si
Pasteur descubrió por azar
las vacunas bacterianas,
también colaboró su genio,
que vislumbró todo el partido
que podía sacarse de un hecho
casual, a saber: el rebajamiento de la virulencia de un
cultivo bacteriano abandonado al aire y
verosímilmente atenuado por la acción del oxígeno.
La historia de la Ciencia está llena de hallazgos parecidos:
Scheele tropezó con el cloro, trabajando en aislar el
manganeso; Claude Bernard imaginando experimentos
encaminados a sorprender el órgano destructor del
azúcar, halló la función glucogénica del hígado, etc. En fin,
ejemplos recientes de casi milagrosa fortuna son los
estupendos descubrimientos de Roentgen, Becquerel y
los Curie. (...) En suma: el azar afortunado suele ser casi
siempre el premio del esfuerzo perseverante”.
Incluso el eminente investigador español lo aplica a sus
propios hallazgos y, por ejemplo, al hablar de su teoría de
la contigüidad neuronal comenta que:“La nueva verdad,
laboriosamente buscada y tan esquiva durante dos años
de vanos tanteos, surgió de repente en mi espíritu como
una revelación”. Por su parte, Gregorio Marañón
concluye que un “prodigioso azar” hizo coincidir en la
figura de Ramón y Cajal la aptitud –la inteligencia–, la
actitud –la vocación–, el tema –el terreno– y la ocasión –
el tiempo–, eventualidades que han de darse para que
fructifique la semilla del genio creador; a ellas se uniría
como “tónico poderoso”, en el caso del singular
científico español, su ejemplar patriotismo. Pues bien, por
todo ello, Ramón y Cajal puede ser definido como el
sabio que supo ver lo que otros no vieron, interpretar
adecuadamente lo que veía y enseñarlo de forma clara y
precisa. Pero, lejos de
providencialistas y genialistas
, su
secreto para crear ciencia original es muy sencillo:“se
reduce a dos palabras: trabajo y perseverancia”, acaso
reforzados por “el impulso del patriotismo y la fuerza de
voluntad”.Y remacha Cajal:“sólo acierta quien sabe”.
¿Hubiera planteado don Santiago desde su sillón no
ocupado de la Real Academia Española de la Lengua otro
término para definir el fenómeno de la
serendipia
o se
hubiera encontrado cómodo con el empleo de este
neologismo? Es algo que dejamos a la elucubración del
lector, pero es muy probable que sí hubiera encontrado
oportuno aplicar a la investigación las palabras que los
también premios Nobel J. Monod y F. Jacob utilizaron
para explicar la evolución biológica: el azar y la necesidad,
especialmente después de que el descubrimiento de la
penicilina por A. Fleming en 1928 se convirtiera en
paradigma de este tipo de investigación.
10
Pliegos de Rebotica
2018