Revista Pliegos de Rebotica - Nº 133 - Abril/Junio 2018 - page 32

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Pliegos de Rebotica
2018
U
U
na ráfaga de aire
helado se mete en
el boquete de una
nube y arranca una gota.
Enseguida dos. Luego
tres y hasta cuatro y cinco gotas más.
Aquí, en el jardín de los manzanos, con
la lluvia siempre sucede igual: cae la
primera gota y arrastra consigo una
fina llovizna de cristal.
Transparente, temblorosa, baja
la gota ovillada en sí misma,
un tanto encogida para
protegerse de los trozos de
sol que se escurren entre
nubes. Fría de miedo recorre
el trayecto desde los
desgarrones celestes hasta
una mejilla de mujer que camina entre
flores de manzano. Un trayecto tan
largo como el tiempo que emplea la
mujer del camino en alzar la cara
al cielo y decir llueve, creo que
empieza a llover.
—Creo que empieza a llover —
la gota resbala sobre la piel y se
detiene en el extremo del labio.
Labios gruesos como brotes abiertos a un sol
rayado de polen. Nunca había sentido la gota el
vértigo de avanzar sobre el calor de una piel tan
dulce.
—Me da vértigo acariciar tu piel —frente al
olor a tierra de su pelo hay un hombre de perfil
duro, ojos pensativos y barba descuidada, cuyo
blazer con botones de ancla desentona con el
fondo del paisaje. Un hombre que se pega a sus
brotes recién abiertos y le aparta mechones
brillantes como hojas mojadas—; pero soy un
coleccionista de mimos.
Él le roza la boca y ella separa los labios
lo justo para dejarle claro que no, por
favor, no quiero; el tiempo suficiente
para que la gota de lluvia se cuele
por la puerta falsa de un beso
forzado. Una entrada íntima que
conduce al bosque de papilas donde se
mezclan la yerbabuena, el tomillo, el hinojo y
la cólera de la muchacha entre manzanos, con
las falsas promesas, la saliva y el sabor
espeso del hombre del blazer azul. Labio
contra labio, lengua contra lengua.
—Es nuestro último beso.
—Delante de ella, el
gesto de lobo guapo del
Blazer y las manos
resueltas de la muchacha
que lo aparta de en medio,
que le aparta la cara, que le aparta
los labios, que lo aparta de sí y ojalá
supiese cómo apartarlo de mi
memoria que ya estoy cansada de sus
gestos programados y de oírle las mismas
palabras enredadas en la boca. Un día de esos
me lo quito de encima y le digo la próxima vez
no te enamores tanto. Búscate otra mujer en tu
pequeño mundo.Ya basta.
—Eres única en el mundo —él, con cara de
estar a punto de darle un beso.
—Ya basta —ella, con la cara oculta entre los
brazos.
Pero no fue el último beso. Ni siquiera el
penúltimo ni el antepenúltimo. Pues un día en
que el verano era un sol todavía verde en las
ramas, la gota de lluvia vio aparecer un blazer
azul por el camino entre manzanos. Fue la gota
Andrés Morales Rotger
Vida secreta de
una gota de agua
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