Revista Pliegos de Rebotica - Nº 133 - Abril/Junio 2018 - page 33

33
Pliegos de Rebotica
2018
quien primero distinguiría sus andares de
lobo guapo al fondo del paisaje,
aproximándose despacio, desde lejos,
mucho antes de que la muchacha reparara
en él. Porque desde que entrara en su
cavidad bucal, la gota se había instalado a
vivir entre lágrimas de mujer, como una
lágrima más. La gota que se coló por la
puerta secreta de un beso, había
escapado del laberinto de papilas
gustativas para, sin excesivas
dificultades, escalar hasta las glándulas
lacrimales, transmutarse en lágrima, y
sumergirse en el lago ocular desde donde
contempla, día con día, cómo es de bella la
muchacha cuando se refleja en el espejo y
cuán duro es el perfil del hombre que la
espera, el hombro recostado contra el tronco
de un manzano.
—No he podido acudir antes —el Blazer,
enfrentándose a todo el azul de su mirada
azul y a una gota de agua travestida en
lágrima que parece desafiarle.
—Da igual —da igual que le desabroche un
botón, que la bese en el hombro, que no tenga
valor para separarse de una mujer a quien ya no
ama, que le bese la desnudez de los pechos; le
da igual. Da igual que seas un mentiroso, que yo
no reúna valor para echarte de mi vida, que
rebusques a ciegas entre los botones de mi
vestido, que beses la
serpiente que me han
tatuado bajo el ombligo, que
tires lentamente de mis
bragas, que no te vengas a
vivir conmigo, que pruebes
cada uno de los pliegues
de mi piel, que avientes
mis ropas por el suelo;
me da igual. Me traen sin
cuidado todas tus promesas
y el asco mágico que me
provocan. Sí, porque en el
fondo aborrezco y anhelo
desnudarme a tu lado y
tenderme sobre la tierra negra
del camino y ponerme a contar
besos y vete de una vez a la
mierda, te enteras, vete a la
mierda de una puta vez.
—¿Qué te pasa? —el coleccionistas de
mimos, achina pensativo
los ojos y echa los
hombros hacia atrás,
para tomar distancia, eludir la pregunta y
apreciar la luz de la mañana que baja por
la mejilla de la mujer.
—No, nada —la muchacha del camino
cuenta hasta cien besos. Los registra
con sumo cuidado para que no se le
descuente ninguno. Besos que no acaban
nunca. Cien besos de amantes
desesperados. Él me entiende, yo me
entiendo—. Eres lo peor que me ha
pasado nunca.
—No te comprendo. —La sonrisa mal
disimulada del blazer azul, frente a una mujer
sin ropa, todavía más guapa, con una gota de
lluvia transformada en lágrima lenta y
espesa a punto de escurrirse, y una
serpiente tatuada reptando hacia su
ombligo. Mujer desnuda entre
manzanos.
—¿Vendrás a buscarme? —ella. Con
la luz de la tarde en los ojos, en pie
sobre la tierra negra y el silencio del
viento; y él alejándose por un camino viejo con
surcos de carros. Mientras, una gota desaparece
en el suelo.
Para el día en que estallaron los primeros
aromas de otoño, la gota que quiso ser lluvia y
acabara en lágrima había recorrido ya el
universo subterráneo de la tierra oscura, se
había unido en matrimonio a la savia del frutal y
se propagaba por el enredo de ramas y hojas y
aire dormido, hasta penetrar en la luz roja y
verde de alguna manzana esperiega.
—Mira —la serpiente tatuada bajo la tentación
circular de un ombligo alza el brazo y acaricia el
fruto del manzano. Un pinzón se esponja en el
extremo de un tallo, ajeno a la maniobra de la
muchacha. Es una manzana que recuerda mi
mundo—. Toma, cógela.
—¿Qué pretendes? —el coleccionista de mimos,
con un chispazo de alerta en los ojos y la
expresión congelada. Respira con preocupación.
—La manzana. Te va a
encantar. —Y la
muchacha del
camino
ofreciéndole la
redonda
inocencia de una
manzana, en un
intento
1...,23,24,25,26,27,28,29,30,31,32 34,35,36,37,38,39,40,41,42,43,...52
Powered by FlippingBook