Revista Farmacéuticos - Nº Número - 132 Enero-Marzo 2018 - page 5

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Pliegos de Rebotica
2018
H
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ace ahora algo más de dos décadas,
James Watson, autor junto
con Francis Crick del
modelo estructural de la
molécula de ADN, dijo:
“Estábamos acostumbrados a pensar que
nuestro destino estaba escrito en las
estrellas. Ahora sabemos que nuestro
destino está escrito en nuestros propios
genes”.
Sin embargo, y con toda la audacia –o tal vez
temeridad- de la inocencia me atrevo a disentir de
la opinión del sabio. ¿Acaso pueden estar dibujados
en esa única secuencia de nucleótidos los sueños y
los anhelos, las ilusiones y los temores?
Pero no teman. No voy a referirme al libre
albedrío y al amor, como alguno estará pensando.
A
contrario sensu
y sin que sirva de precedente,
esta vez voy a olvidarme del intimismo y la
emoción y voy a hablar de “los otros”. Aquellos
que tocados de la vara divina del entorno y el
tejido social, deciden sobre nuestro destino.
Aquellos que sientan cátedra u oficio en tribunales
universitarios, oposiciones, entrevistas de selección
de personal, jefaturas y concursos de diferentes
estirpes, exámenes de alumnos de diversas
categorías…: los jueces.
Podría ser –y solo podría– que alguno de ellos, en
una de sus muchas actuaciones consuetudinarias,
cansado, distraído, o lo que es peor,
obnubilado por un irreprimible
orgasmo del ego, procediese con
ligereza dejándose influir por
circunstancias paralelas como el
tono de voz, la gracia de un
apellido, el aspecto físico o la
tendencia sexual. Podría ser –y
solo podría– que una decisión
subjetiva, no meditada, superficial
o coaccionada por el resto de
los votantes, llevase a dictámenes
injustos.
Se que muchos pensarán que están
libres de pecado porque no se
encuentran en esa categoría de
poder. Pero… ¿acaso nunca han
opinado sobre alguien sin
explícitos elementos de juicio? ¿No
han trivializado sobre el carácter, la
forma de vestir, los amantes, o la
afición al dinero de los demás? ¿No
han entrado en las redes sociales a
colgar sus opiniones sobre cualquier
cosa –aunque no tengan ni idea del asunto– sin
elementales fundamentos sobre los que apoyarse?
No se puede desestimar nada porque parezca
intranscendente: el efecto mariposa también nos
afecta, también es nuestro. Una palabra puede
hundir o salvar una vida, puede llevar a la felicidad
o a la desgracia, puede ser condena o redención.
Pero… ¿quién juzga a esos jueces? ¿Nadie?
¿Estamos perdidos entonces?
Todas estas reflexiones no son gratuitas.
Actuando en este momento como miembro de un
jurado de novela, inmersa en la literatura novel
aspirante a premio, tengo que leer y leer lo bueno
y lo malo, lo meritorio y lo absurdo, lo sublime y
lo indigno. La tentación de valorar con trivialidad
las 350 páginas de cada ficción, existe. Pero cuando
imagino la ilusión de esos autores, me aplico a la
tarea como si de mi propia obra se tratase.
Hago pues hoy de Pepito Grillo mirándome
en el espejo, y me devuelvo la mirada
con el firme deseo de que cada instante
de mi vida sea un modelo de justicia.
Les recomiendo el propósito.
Por si acaso algún día se juzga a los
jueces.
O simplemente, porque siendo bueno,
se es más feliz.
¿No creen?
Pues eso.
Pero…
¿quién juzga al juez?
Aurora Guerra
La máxima demostración de
la inteligencia es la bondad.
José Antonio Marina
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