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Pliegos de Rebotica
2016
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Enrique Granda
L
L
a Historia tiene sus
paradojas. Hay
personalidades muy
honradas por sus
coetáneos, que brillan
como estrellas fugaces durante
décadas y luego desaparecen de
las crónicas para siempre. Otras,
por el contrario, solo alcanzan
el éxito después de su
fallecimiento, y ahí tenemos
como ejemplo el merecido
Pulitzer
de John Kennedy Toole
tras la publicación póstuma de
su genial obra,
La conjura de los
necios
. Pero todavía hay un
tercer género de figuras a
quienes los estereotipos
impiden que el común de los
lectores podamos abarcar la
total complejidad de su personalidad o de su
obra. Éste es el caso, sin ninguna duda, de
Gustavo Adolfo Bécquer. Nuestro gran poeta
romántico fue famoso en su época como
periodista y, sin embargo, hoy apenas conocemos
su importante legado. Por ello resulta
interesante el libro firmado por una persona
importante en mi vida, mi esposa Beatriz
Hernando, en el que –ya hace años- realizó
una
aproximación al periodismo satírico madrileño del
siglo XIX
, contemplando a
vuelapluma las aportaciones a
este género de Gustavo Adolfo
Bécquer y su hermano Valeriano,
dibujante y pintor, en una época
convulsa que habría de
desembocar en la revolución
Gloriosa
que dio al traste con el
reinado de Isabel II en España.
Para los lectores, seguro que
resulta gratificante toparse con
otro Bécquer muy distinto al
que todos conocemos: un
Bécquer irónico y
comprometido
con la crítica política y social
; un
Bécquer que sabía dibujar con la
misma facilidad que escribir una
crónica; y un Bécquer
contradictorio
, director de
periódicos cercanos a Luis
González Bravo y Narváez,
incluso censor, pero capaz al
mismo tiempo de elaborar la
más dura sátira contra los
poderes sociales y políticos de
su época. Así aparece reflejado
en el libro que hoy traigo a
estas páginas, en el que
podemos leer estas líneas
escritas por Bécquer y
publicadas anónimamente el 5
de marzo de 1862, con ocasión
de las fiestas de Carnaval:
“Un solo día de máscaras para la
prensa y el Gobierno oiría muchas
verdades que acaso fuesen útiles, y el país muchas
cosas que sin duda sirvieran de una gran lección”.
En el siglo XIX la prensa se enfrentaba a duras
penas económicas, e incluso la cárcel, si no
seguían las reglas de la censura.Y esto también
aparece en las sátiras del poeta:
Nuestra política
tolerante, sin ser servil
es el pie de un dibujo
satírico donde un periodista o editor es
empujado a la cárcel del Saladero. En una de las
páginas del libro que hoy
comento aparece reproducida
una ilustrativa “
Advertencia
”
publicada en un periódico
satírico de aquel tiempo:
“El Gobernador de Madrid, duque
de Sexto, ha prohibido las
caricaturas de Gil Blas de hoy.
Pero lo ha hecho con rumbo: se
llevaron el miércoles y no las ha
despachado hasta el viernes, es
decir, cuando estaba hecha la
tirada de la litografía y nos
estropea sólo de papel TREINTA
DUROS.
Reivindicando al
Gustavo Bécquer
periodista satírico
Gustavo Adolfo Bécquer