Revista Farmacéuticos - Nº 121 - Abril-Junio 2015 - page 33

mente
, esa capacidad para ponernos dentro de la
mente de los demás, en sus intenciones y
sentimientos, la evolución humana adquirió
inevitablemente un componente ético. Nos
permitió comprender la intencionalidad y la
creatividad, y todo ello nos llevó a la pedagogía, a
la enseñanza de los niños y jóvenes para
trasladarles la cultura y la experiencia de los
viejos; conseguimos la proeza de no tener que
aprender todo de nuevo en cada generación. La
irremisible evolución nos llevó al arte de una
manera tan fulminante –al menos en términos de
cronología paleontológica– y tan generalizada
que es difícil no hacerlo coincidir con algún
importante cambio genético en la evolución
biológica del hombre primitivo acaecido entre
los años 30.000 y 60.000 aC.
¿Pero, por qué el sentimiento artístico es
valorado como un claro signo de evolución
intelectual hacia el ser humano moderno,
mientras que algunos consideran que el
sentimiento religioso es la reliquia de una psique
inmadura? En realidad, la idea de la trascendencia
ha estado llamando a la puerta de la mente
humana desde el mismo despertar de su
autoconciencia, como lo sugiere el hecho de
que, mientras que los humanos primitivos eran
bastante torpes a la hora de construir edificios
sólidos, seguros y cómodos para vivir dentro de
ellos, los primeros monumentos funerarios
conocidos –altamente sofisticados, tanto técnica
como artísticamente– datan de tiempos muy
anteriores a la primera –y básica– arquitectura
doméstica. Es decir, para nuestros antecesores, la
morada de los muertos tenía aparentemente
mucha más relevancia
que la de los vivos.
¿Fue el hombre la
primera conversación
que la naturaleza
mantuvo con Dios, como
decía Goethe?
Se podrá ser creyente o no,
pero la única alucinación de
ese mono loco que es el
hombre, consiste en negar tozuda
e irracionalmente que el sentimiento
religioso –como forma de afrontar la
realidad– ha influido en la evolución de la
inteligencia humana, más allá de las atrocidades
cometidas en nombre de Dios. En este
sentido, la deformación interesada del
sentimiento religioso comparte terreno
con la producida en el ámbito político,
social, artístico,
afectivo…
Un científico, un
filósofo o, en general, cualquier individuo –sea
cual sea su actitud intelectual– es por encima de
todo una persona que aspira a encontrar sentido
a sus actos y al conjunto de su vida.Y esto exige
una actitud de apertura a la realidad. Al fin y al
cabo, la ciencia también descansa en la fe
(Friedrich Nietzsche;
La Gaya Ciencia
). Alain de
Botton (
Religión para ateos
), un filósofo que se
declara ateo, considera que
la ciencia nunca
reemplazará a la religión: además de explicaciones
necesitamos consuelo.
Para Botton, la religión nos
remite a algo superior y nos hace ver nuestra
auténtica dimensión, mientras que la sociedad
secular lo reduce todo a nosotros y ha
permitido que el ego humano alcance
proporciones desmesuradas.
Entre el diseño finalístico de los creyentes
fundamentalistas y dejarlo todo en manos del
azar, propio del ateísmo radical, existen múltiples
opciones que permiten encajar sin estridencias la
existencia armónica de Dios y de la libertad. Por
un lado, si solo existiese aquello que somos
capaces de observar y comprender, careceríamos
de la mayor parte de las cosas valiosas de la
vida; por otro, no podemos seguir llamando azar
a la simple ignorancia de los procesos, de igual
manera que no deberíamos mirar hacia otro
lado cuando encontramos datos que no encajan
en nuestros presupuestos científicos, filosóficos
o vitales. En esto, ateos y creyentes somos
igualmente obtusos.
Considerar que pueda existir una dirección
general en el proceso de la evolución de la
universo y de la vida no
supone aceptar un plan
determinista que fije y
regule todos y cada uno
de los detalles
estructurales de
cualquier organismo que
pueda emerger o
desaparecer durante el
proceso evolutivo; hay espacio
suficiente para Dios, las leyes
naturales y la participación del
auténtico azar. A veces pienso
que la incertidumbre cuántica es una
especie de guiño que nos hace Dios
desde lo más profundo de la materia-
energía para estimular nuestra
inteligencia. Sea como fuere, los seres
humanos –ateos, agnósticos y creyentes, con
sus múltiples matices– no deberíamos
renunciar a la búsqueda de
una respuesta a las
preguntas ¿
por qué
? Y,
sobre todo,
¿para qué
?
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