Revista Farmacéuticos - Nº 121 - Abril-Junio 2015 - page 38

merienda a un perro que
seguramente tenía hambre”
Pero papá ha dicho…
La madre interrumpió
al niño con un gesto
de su dedo índice
colocado en sus
labios y siguió
diciendo: “A veces
hacemos algo por
alguien sin esperar
nada a cambio, tu
no querías para ti
ese perro, solo le
diste de merendar
porque tenía
hambre. Así hoy has
hecho algo por otro y al mismo tiempo lo has
hecho por ti. Hoy eres mejor que ayer”. El niño se
quedó pensando e insistió: “Pero papá ha dicho…”
de nuevo, la madre hizo un gesto para pedir su
silencio. “Sé lo que ha dicho, lo he oído. Pero no
siempre tiene razón, a veces se equivoca. Pero
esto tenemos que tenerlo en secreto entre tú y
yo. Prométeme que no dirás nada a tu padre de lo
que hemos hablado”. Otra vez, un leve instante de
fugaz reflexión para alcanzar la más ingenua y
terrible pregunta. “Pero ¿Por qué mamá?”. Ahora
era la madre quien necesitaba buscar bien sus
palabras. “Algún día hablaremos de esto y podré
decirte toda la verdad, por ahora solo prométeme
que tendremos nuestro secreto y recuerda estas
palabras que dijo un señor muy listo que se
llamaba Cooley:
la vanidad bien alimentada es
benévola, una vanidad hambrienta es déspota.
¿Me
prometes que guardarás nuestro secreto?”
El niño se giró hacia la mujer como si hubiera
comprendido sus palabras aunque seguramente
solo se dejó llevar por la dulzura que las
envolvían. Se abrazó al cuello de su madre
arrodillada a su lado para compartir altura frente
al lavabo y con una voz casi inaudible dijo: “Te lo
prometo mami, te lo prometo”
FABULA
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