Revista Farmacéuticos - Nº 116 - Enero-Marzo 2014 - page 22

En suopinión los
hombres eranunmal
necesario, "como el
pecado, que debe existir
para que después brille
la gracia deDios." Pero ese
estadode celibato cegaba sudeseomásardiente:
tener hijos.Aquella cara habitualmente hermética y
cabal, se transformaba enpresencia de unniño.
Inocente criaturita, pajarico indefenso, angelitode
laVirgenyotras ternezas similares brotaban
vehementes de suboca verborréica,mientras le
besaba afanosamente –daba igual que fuese una
remilgada visita de cumplido, que el hijode la
portera, de toda confianza–hasta que lamadre de
turno le rescataba de sus posesivos brazos.
AfortunadamenteMaríaAntonia satisfacía a diario
su frustrado instintomaternal conmigo, con "su
niña" como solía llamarme siempre, pese a las poco
convincentes correcciones demimadre:
–La niña se llamaElena, y esmía– le decía, seria
pero sinhostilidad, íntimamente agradecida por
aquel amor desinteresadoy febril hacia unode sus
hijos. Peronohubomanera.MaríaAntonia
continuó considerándome suniña, ymimadre,
poco a poco fue cediendo en sus advertencias, hasta
que finalmente asumióque suhija debía ser
compartida con aquellamujer austera entregada a
unúnico afecto.
Yo, suniña, apenas tres añitos, de blanca carita
redonda conoscuras trencitas enmarcandomis
mofletes,me sentía feliz a su lado.Me quedaba
boquiabierta viendo lamarejada de espumas que
volaban entre sus dedos cuando, en sus escasos
ratos de ocio, cogía los bolillos.Aquellos palillos
torneados, vestidos conhilos blancos que colgaban
de unos alfileres prendidos enuna almohadilla... y
susmanos. Parecían tener vida propia: tris, tras, tin,
tin, tras.Yel encaje aparecía comopor arte de
magia.
–Tata, yo "quero".
Yentonces ella, con dulce paciencia, me sentaba
en sus rodillas, cogía con las suyasmismanitas
gordezuelas, y los hilos volaban.Yo
esperabamientrasme dejaba llevar,
indolente, segura de que al fin,
aquellos hilos aparentemente
enredados, surgirían
transformados – duquesa,
torchón, guipur, numérico,
chantilly– en un
milagro que se
repetía día a día,
liturgia tras
liturgia, de las
manos demi tata.
Fue cuandonaciómi hermanopequeño, aquel bebé
calvoygordoque sólo sabía llorar, cuando el
organigrama familiar, tanbien asentadohasta
entonces, diounvuelcomorrocotudo: de sermi
persona el sol de nuestro sistema solar, pasé a ser
unode los planetas, sinmás importancia que el
jilgueroque cantaba en la cocina. Lasmiradas
pasaban sobremí apenas un instante, para detenerse
regocijadamente en el nuevo rey. La necesidadde
recuperarmi condiciónprevia era perentoria. Pero
mimadre siempre tenía enbrazos a aquel estúpido
llorón. Entonces, olvidada delmundo,me escondía
en la despensa, ese cuartohoy inexistente sustituido
por el frigorífico, situado en la partemás fresca y
más oscura de la casa, conpequeñas ventanas
ocluidas por una rejilla de telametálica y abiertas al
patiode luces. En la despensa ami siempreme olía
a queso.
La tata venía gritando:
–¿Donde estámi niña? ¿Donde estámi tesoro?
Me sacaba a rastras demi encierrovoluntario,me
secaba las lágrimas, apoyabami carita sobre su
fornidopechoyme acunaba lentamente al ritmode
sugeneroso corazón.
Bum–bum, bum–bum, bum–bum– sentíami oreja
pegada a supiel.Aquel sonido rítmicoy sereno,
apaciguabami rabia, disolvíami temor,me
reconciliaba con la vida,me hipnotizaba. Era otro
milagro, como el de los bolillos.Aquel bum–bum
eramío, solomío, creadopormi tata paramí:
bum–bum, bum–bum, bum–bum, te quiero, te
quiero, te quiero...
✴✴✴✴✴✴✴
Cuando cumplió los 65 añosMaríaAntonia quiso
volver a su pueblo.Yo acababa de casarme, y el
piso, sin su niña, le parecía una cárcel.
-Ahora puedo jubilarme - bien ganado
se lo tenía- y regresar ami casa.
Su casa, envejecida como ella, pero
como ella viva. Seis gallinas,
un reducido huerto en la parte
de atrás –tomateras, pepineras
P
de Rebotica
LIEGOS
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