Revista Farmacéuticos - Nº 115 - Octubre-Diciembre 2014 - page 32

Salamanca
vino a decir que
el universo
visible, el que es hijo del
instinto de conservación,
le venía estrecho, como
una jaula que le resultaba
estrecha y contra cuyos
barrotes daba en sus
revuelos su alma.
Fáltame en él aire que
respirar
, agregaba con
notables aspavientos.
Más, más
y cada vez más; quiero ser yo, y
sin dejar de serlo, ser además los
otros, adentrarme a la totalidad de
las cosas visibles e invisibles,
extenderme a lo ilimitado del espacio
y prolongarme a lo inacabable del
tiempo.
Fernando Savater, también
vasco y socarrón como Unamuno, le
vino a dar una afectuosa palmadita en la
espalda al maestro
: cuerpo y alma son las
dos cosas de una misma realidad, que nos
toca protagonizar en primera persona a
través de nuestras acciones y nuestras
pasiones.
Miré a Meinard Kuhlman, invitándole a replicar.
Condescendiente y con manifiesto ánimo
convergente –el uso común de este término debo
investigarlo– concedió que
para obtener una
imagen coherente del mundo físico necesitamos
combinar la física con la filosofía
, reconociendo
que la metafísica permite aportar distintos marcos
ontológicos o interpretativos del mundo material,
aunque objetó que más allá de las cuestiones de
consistencia interna, no puede decidir entre ellas.
En eso, Savater recordó una cita de Thomas S.
Eliot:
la cantidad de realidad que los humanos
podemos soportar parece notablemente inferior a la
que nuestros conocimientos mejor contrastados nos
permiten conocer.
¿Lo demás es fantasía?, pregunté
yo; más aún, me atreví a desafiar a mis
contertulios: ¿tan real es lo que algunos de vosotros
llamáis irrealidad o fantasía? Umberto Eco, que
mantenía una actitud displicente, selló la cuestión
con una frase categórica:
la fuerza de los fantasmas
reside en su irrealidad
. Pero no sé si estoy de
acuerdo, lo pensaré en el viaje de vuelta.
Se notaba que Don Miguel estaba especialmente
cómodo en el terreno filosófico. Y por ello, nos
aseguró que
el más trágico problema de la filosofía
es el de conciliar las necesidades intelectuales con
las necesidades afectivas y con las volitivas
. Y si
hubiera estado presente Indro Montanelli,
seguramente estaría de acuerdo y habría dicho que
si mi destino es cerrar los ojos sin haber sabido de
dónde vengo, a dónde voy y qué he venido a hacer
aquí, más me valiera no haberlos abierto nunca
;
pero como no estaba lo dije yo, que para eso lo
había leído en algún sitio. Unamuno volvió a la
carga y me espetó que ni el sentimiento logra hacer
del consuelo verdad, ni la razón logra hacer de la
verdad consuelo; pero esta segunda, la razón,
procediendo sobre la verdad misma, sobre el
concepto mismo de realidad, logra hundirse en un
profundo escepticismo.
Un poco cansado de este pingpong, Savater levantó
su dedo racionalista y dictaminó que el concepto de
verdad no es solo el logro dialéctico que identifica
la operación racional sino también la clave de la
constitución autónoma del hombre moderno como
sujetos social, rematando la sentencia con la
coletilla de que
la charlatanería es peor enemiga
de la verdad que la mentira,
con la que todos
–incluyendo al ausente Montanelli– estuvimos de
acuerdo.
Adentrándonos en el mundo de lo bueno y lo malo,
el cardenal Martini puso en suerte el tema de la
ética, cuyo rasgo más fascinante consiste, en su
opinión, en conducir al hombre hacia una vida justa
y lograda, hacia la plenitud de una libertad
responsable. No contento con ello, avanzó que
si la
ética no es más que un instrumento útil para
regular la vida social, ¿Cómo se pueden justificar
los imperativos éticos absolutos, cuando lo más
cómodo es prescindir de ellos?
Don Miguel
intervino para apuntalar la argumentación eclesial,
afirmando que el imperativo categórico nos lleva a
un postulado moral que exige a su vez, en el orden
teológico, o más bien escatológico, la inmortalidad
del alma, y para sustentar esta inmortalidad aparece
Dios. Y remató:
todo lo demás es escamoteo de
profesional de la filosofía
. ¡Jesús, qué hombre!
Por mi parte, también me vestí de torero y salté al
ruedo –aunque con más miedo que vergüenza– para
afirmar que deberíamos tener cuidado al meter a
Dios en medio de la ética. La visión de ésta como
una entrega de Dios en la que el hombre solo es un
receptor pasivo a modo de revelación
unidireccional, debemos distinguirla de la otra
visión, la del descubrimiento humano de la ética,
aunque sea como sustrato divino, que requiere un
proceso proactivo y evolutivo.
No contento con ello, quise insistir en ese lío que
tienen montado los seres humanos entre la
ética
y
la
moral
, que a mí me resulta tan curioso. Para
animar el patio, planteé la siguiente tesis: podemos
P
de Rebotica
LIEGOS
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LA REALIDAD BAJO LA ALFOMBRA
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