Revista Farmacéuticos - Nº 115 - Octubre-Diciembre 2014 - page 36

reo que una de las cosas
mejores que tenemos a lo largo de nuestra
existencia es la memoria, con sus vivencias..., sus
experiencias..., toda la cantidad de recuerdos que
vamos acumulando a lo largo de nuestra vida.
Algunos son ¡puf!, mejor olvidarlos. Pero otros
son ¡estupendos! Recuerdos que nos alientan en
esos momentos de “depre” en que todo lo vemos
bajo el prisma de la tristeza, cuando no nos anima
¡ni el ir a la peluquería!, (¿por qué será que las
mujeres todo lo arreglamos yendo a la
peluquería?). Son recuerdos entrañables... o
divertidos... o sentimentales... Pero que muy
sentimentales, porque las de nuestra generación
fuimos algo tontainas, muy inocentes, crédulas y
como dice una amiga de todos nosotros “todavía
chorreamos el agua del bautismo”. O sea que no
tenemos remedio.
No se por qué a nosotros nos han pasado
montones de cosas casi todas divertidas ¿o será
que nos lo parecía? Pero no. Ya lo dijo no se
quien: “¡Hay gente pa tó!”. Gente que por su
manera de ser atrae sobre si la mala suerte, gente
que por su forma de comportarse cae fatal a los
demás, o gente corriente como nosotros que todo
lo veíamos con cierto optimismo y por su lado
cómico.
Recuerdo nuestro primer verano de casados
cuando ya éramos casi tres, bueno ¡dos y medio!,
que nos fuimos por todo el norte desde Galicia a
Castro-Urdiales, en Santander, donde veraneaban
nuestros padres. Teníamos mucho tiempo ¡pero
mucho! y poco dinero ¡pero poco! Recuerdo
cuando estuvimos en El Grove, aquella langosta
salvaje que unos marineros habían cogido
entre las redes. Que delicia. Nosotros
siempre habíamos tomado
langostas de Vivero, pero
aquella era otra
cosa, ¡palabra! ¿O seria la felicidad que
sentíamos?....
Los días que estuvimos, allí comíamos, pero para
la cena nos poníamos muy “currutacos” y nos
íbamos a cenar a La Toja, al Hotel del Balneario.
En aquella época teníamos mogollón de amigos y
raro era la noche que no nos encontrábamos a
alguien. Pero el tiempo pasa y los amigos van
cambiando de residencia. La inmensa mayoría
viven ahora entre las estrellas. ¡Es que
últimamente tienen una manía de cambiar de
domicilio!... Pero no importa, cuando también yo
me mude, me encontrare con “él” y con nuestros
amigos y reanudaremos la amistad. Todo es
cuestión de tiempo.
Y seguimos el viaje.
Al llegar a Cangas de Onis, nos equivocamos de
hotel. Teníamos la habitación reservada, ¡pero nos
equivocamos de hotel! Era el día de la bajada del
Sella y aquello estaba de bote en bote. Se
debieron dar cuenta de la equivocación pero no
dijeron nada. Nos aseguraron que por la noche
tendríamos habitación. Y como todo llega en esta
vida la noche llegó, con su “chirimiri”... sus
juergas interminable... sus borrachines... ¡y sin
habitación! Pero no había de que preocuparse, por
aquella noche nos mandarían a una casa
particular. Y hacia allí nos fuimos. Una mujer se
puso en la cabeza la maleta, nosotros abrimos el
paraguas y llegamos rápidamente a la casa. La
habitación estaba bien, tenía hasta las sabanas de
hilo. Pero un olor a cuadra, a vacas, a boñigas...
como si las tuvieran debajo de la cama. Nos
negamos a quedarnos allí.
“Sin problemas” dijo la
mujer, “hay otra casa” y
nos fuimos a “la otra”.
Era una alcoba grande,
hermosa, con una puerta
en el frente. Pensando
que era un cuarto de
P
de Rebotica
LIEGOS
36
RELATOS
M. García Piñuela
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La Toja
Cangas de Onis,
Covadonga.
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