Revista Farmacéuticos - Nº 115 - Octubre-Diciembre 2014 - page 38

esperando nuestro primer
bebe, ¡también era mala
suerte! Las pijas
parecía que iban a
morir sin necesidad de que nadie las matara.
Había que ver la cara de terror que tenían. Claro
que bien pensado también podía ser de
culpabilidad... Suspense... Allí nadie respiraba...
Al cavo de un momento ¡eterno!, el señor de la
“edad media” se levantó, cogió la maleta y la
abrió. Cuatro pares de ojos se quedaron clavados
¡y asombrados! ante unos hermosos chorizos que
se estaban derritiendo. Era representante, según
nos contó, de aquellos chorizos. Chorizos que
poco tiempo después se hicieron famosos. Por
cierto, mi hijo en el colegio tenía por compañera a
una hija del fabricante de los dichosos chorizos y
un día me vino con sus amiguitos a contarme, con
muchísimo misterio, que a aquella niña se le ponía
el pelo verde cuando le daba el sol en la cabeza.
Lo único que yo vi es que la niña era rubita y
preciosa. No se si eso les influiría a sus escasos
cuatro años... De todas formas les dije, también
con mucho misterio que a lo mejor era un hada
disfrazada de niña que quería jugar con ellos. ¡Por
qué se me ocurriría semejante tontería! Al poco
tiempo una de las madres se enteró y me organizó
un “cipi” por hablar de hadas, gnomos y brujitas
de colores a su hijo. Pero pienso que si a la vida
no se le pone fantasía e imaginación: ¡¡menudo
rollazo!!
Pero que susto pasamos a cuenta de los
chorizos aquellos.
Seguimos recorriendo Galicia, Asturias,
Cantabria. Cerca de terminar las vacaciones
estábamos en Santander, en el único hotel que
encontramos, detrás de la catedral. Dijeron que si
era solo para pocos días nos podíamos quedar en la
habitación que tenían reservada para los picadores
de las corridas. Al entrar en ella empecé a buscar a
los caballos. Estoy segura que también dormían allí
y se les había olvidado alguno. Tuvimos que tener el
balcón abierto de par en par por las noches y
parecía que dormíamos dentro del reloj de la
catedral. Además me gasté un hermoso frasco de
colonia en quitar el olor. Pero me quede con la
curiosidad de saber lo que
dirían los picadores ¡y los
caballos!, al
encontrarse la habitación tan
perfumada. Seguro que
exclamarían: “que olor tan
repugnante, ¿quien habrá estado
aquí? ¡Con lo bien que olía antes!”.
Nos siguieron pasando cosas, por ejemplo que
encontramos en el Sardinero un sitio que daban
unos churros riquííííísimos, la consecuencia: un
empacho increíble, ¡pero que ricos! Nunca fui
muy comilona pero en las circunstancias que me
encontraba recuerdo que tenía un hambre atroz,
me pasaba el día comiendo o pensando en comer.
Aquello era bochornoso. Y tan poco romántico...
Un día me tomé cuatro flanes de postre, ¡que
vergüenza!, porque además al último me invitó la
casa que si no..., sigo, porque estaban
¡¡¡estupendos!!!
Yo diría que de todo lo que nos ocurrió lo más
importante fue que nos quedamos sin dinero. No
queríamos pedir ayuda pero no tuvimos más
remedio que hacerlo. Mandamos a los padres una
postal con un chico con cara de pena, enseñando
los bolsillos vacíos y una nota que decía: “Si
queréis recuperar hijos mandar dinero”. Igual que
los mafiosos.
A la mañana siguiente se presentaron ¡todos los
padres al rescate! Como si acudieran a las
cruzadas a liberar a los cautivos (que éramos
nosotros) y encima enfadadísimos llamándonos
cabezotas por no haber querido admitir dinero y
tardado mucho en pedir ayuda. Según ellos lo
debíamos haber pasado fatal (pero que ignorantes
nos volvemos con los años). De poco muero
ahogada entre los abrazos y las lagrimas maternas.
Nos mimaron como si en vez de llegar de un viaje
de vacaciones hubiéramos estado prisioneros de
los gorilas. Pero bueno, nosotros nos dejamos
querer. Que remedio, ¡¡inconvenientes de ser hijos
únicos!! Además eran unos padres tan
fantásticos...., tan maravillosos... Bueno, como
todos los padres...
A propósito ¿pensaran también esto nuestros hijos
de nosotros?...
P
de Rebotica
LIEGOS
38
RELATOS
Santander.Conjunto Historico.
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