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engo una amiga a la que aprecio de
forma muy especial.Y no es
precisamente por su belleza o por su
simpatía o por su inteligencia, que de
todo tiene. Es, sobre todo, por su
inmarcesible pasión por la vida. En cada instante
encuentra un motivo de felicidad, de
agradecimiento, de entrega. Su singular y exclusiva
visión de la existencia la convierte en una mujer
palpitante y conmovedora que siempre encuentra
un reto imposible que superar, una alegría
constante que repartir…Y, sobre todo, siempre
descubre un motivo -a menudo contagioso- para
viajar y leer.
Entre ambas prácticas aparentemente tan
disparejas, existen, según su criterio, numerosos
lazos tan flexibles como
indisolubles, que las
convierten en
intercambiables: en
movimiento, la una;
en reposo, la otra.
Pero nada es nuevo,
y ya lo dijo
Francis de
Croisset, el audaz
y afamado comediógrafo francés nacido en Bélgica:
«La lectura es el modo de viajar de aquellos que
no pueden tomar el tren».
Y así ha sido en la historia pretérita, cuando el
único medio de conocer las maravillas y prodigios
de los territorios lejanos era el relato acreditado
por la experiencia y la fe, de los que los habían
visitado.
Viajar es, en cierto modo, una lectura interior que
nos abre la mente a otros mundos, a otra forma de
ver la vida.A poco reflexivos que seamos, impacta
en nuestras emociones y criterios. Lo explicó muy
bien Mark Twain: «Viajar es un ejercicio con
consecuencias fatales para los prejuicios, la
intolerancia y la estrechez de mente».Y lo repetía
uno de los personajes de Goldoni en su obra
Pamela: “El que no sale nunca de su tierra, vive
lleno de prejuicios”.
Apertura de mente, adaptación al medio,
enriquecimiento del alma en definitiva, es lo que
consigue el viajero.Y además, de forma perdurable,
ya que recordar el viaje, es volver a vivirlo, con esa
revisión complaciente, con ese filtro compasivo y
enriquecedor que hace que lo malo se olvide, o al
menos, se transforme benévolamente.
En el fondo del viaje al igual que en la lectura esta
la pasión de la conquista. El anhelo por descubrir
lo que ocurrirá después, cuando aparecerán los
paisajes recónditos, los rostros sorprendentes, las
costumbres incomprensibles, las comidas ignoradas,
los peligros superados, las luchas ganadas… Página
a página, destino a destino, cada libro y cada viaje
se convierten para el interesado, en una gran
metáfora de la vida, en un gran espectáculo del que
se puede ser protagonista por un rato, como en
una obra de teatro de una única representación.
Viajar y leer es una forma de vivir muchas vidas, de
recrear una y cien veces nuestra propia biografía.
Son tantos los alicientes de un viaje, que yo incito
a los que no se animan a viajar, a que se lancen sin
temor a esa posibilidad de cultivar la mente, de
llenar de arte y de misterio las pupilas
predispuestas.
Pero si a usted, lector, no le gusta recorrer nuevos
caminos, no se sienta incomprendido.Ya sabe lo
que decía Hazlitt:
“Me gustaría emplear toda la vida
en viajar, si alguien me pudiera prestar una segunda
vida para pasarla en casa
.”
Todo es cuestión de elegir, tal como dice el dicho:
“Para saber, viajar o leer”.
¿No creen?
Pues eso.
n
29
Pliegos de Rebotica
2020
Para saber…
viajar o leer
Aurora Guerra