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FABULA
Javier Arnaiz
37
Pliegos de Rebotica
2020
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uvieron varios hijos e hijas.
Todos sanos al nacer
crecieron sin más perturbación
que algún resfriado ocasional.
Ambos, madre y padre, sentían
sus vidas completas contemplando el
curso de las de todos, nada en el horizonte
amenazaba su más íntimo deseo, tan sencillo como
ambicioso, que su existencia y las de sus hijos
siguieran el curso natural sin más sufrimiento que
el que pueda producir algún dolor ocasional
producto siempre de alguna crisis ajena a ellos
mismos.
Todos, uno tras otro, alcanzaron la pubertad y
todos mostraron igual disposición a seguir con
naturalidad el curso de la vida, todos superaron la
adolescencia y mantuvieron idéntico sentir y
proceder. Y así, poco a poco, dejando cada
instante atrás para ser conquistado por un
instante nuevo llegaron a ser adultos.
De todos ellos solo dos acapararon la
preocupación de su madre y su padre. Uno el más
joven porque todo le salía según sus planes pese a
que desde muy temprana
edad manifestó cierta
tendencia a no esmerarse
demasiado en sus
ocupaciones, era como
si haciéndolo todo mal,
siempre consiguiera el
resultado deseado. El
otro hijo que
centraba su atención
se conducía de forma
completamente
contraria, era el
tercero de los
hermanos, siempre,
desde su más tierna infancia, mostró una
disposición a la perfección, a menudo se podía
advertir el sentimiento de frustración que le
acompañaba en muchas ocasiones. Era como si
haciéndolo todo bien nunca alcanzara sus
propósitos.
Durante mucho tiempo una idea semi cómica
dominó entre padre y madre: el pequeño era
afortunado y el tercero no nació provisto de
suerte. Esta leyenda siempre fue mantenida en
secreto, ninguno de los dos quería lastrar a sus
hijos con prejuicios que pudieran limitarles.
Querían impedir que uno se abandonara a la
buena fortuna y el otro creyera que en su
naturaleza algo le impedía lograr sus sueños.
En tales condiciones, la madre observó en una
ocasión que la frustración del tercero comenzaba
a convertirse en resentimiento hacia su hermano
menor, entonces, sintió una gran amenaza. Era
mujer de fuertes convicciones religiosas y la
situación le recordó a Caín y Abel. Habló con su
esposo y ambos reflexionaron sobre la situación,
lo hicieron por su parte y juntos al compartir sus
pensamientos. La historia de Caín no era
compatible con la de su hijo tercero, al contrario,
era más piadoso que su hermano menor, jamás
abandonó una obligación ya fuera con los hombres
o con Dios. El menor, en cambio, era más
superficial en el cumplimiento de cualquier ley
viniera de donde viniera. Por tanto, tampoco podía
culparse de la situación a una preferencia divina
Hijos
de la misma suerte