Revista Pliegos de Rebotica - Nº 140 - Enero-Marzo 2020 - page 38

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por el más joven. Al
deshacerse de esta
idea, convinieron en
que si no era Dios
quien causaba las
diferencias, tampoco
podría ser otro
demiurgo.
Desprovistos
de cualquier
idea que permitiera resolver el dilema se
dedicaron a observar a uno y a otro con el fin de
averiguar si podía hacerse algo o era preciso
aceptar la situación como un fatalismo.
Aprovechando la oportunidad y con poca
premeditación centraron su atención sobre el
tercero. Estaba ocupado en su más notable
afición, domar caballos enseñándolos a danzar al
ritmo que imponga su jinete. Observaron como
aquella mañana de domingo, se levantó al
amanecer y con buen talante, cepillo a su caballo,
lo ensilló y finalmente montó sobre él, primero
disfrutando el trote hizo que desahogara sus
fuerzas y luego comenzó su sesión de
entrenamiento. La primera hora fue feliz, ambos,
jinete y montura gozaban su tarea, la sonrisa lo
evidenciaba en el jinete y el brío en el caballo.
Al sentirse observado por los padres el domador
quiso lucir su talento, entonces decidió practicar
un ejercicio poco entrenado, pero de gran
espectáculo. El caballo debía realizar el camino de
un trébol alternando una exagerada contracción
de sus patas delanteras y terminar saltando sobre
sus patas traseras sin tocar el suelo con las de
adelante en cinco saltos consecutivos.
La primera vez que realizó el ejercicio lo hizo de
un modo tal que dejó sorprendidos y
maravillados a los padres que no podían dejar de
sentir un gran orgullo. Pero al parecer, la
ejecución no satisfizo al jinete, el modo en que el
caballo alzaba las patas no parecía complacer las
exigencias de su domador. Así comenzó una serie
de acontecimientos que primero borraron la
sonrisa del jinete, luego, le hicieron gritar,
después, incluso pudo verse algún injusto golpe
de fusta. El caballo no parecía brioso, al contrario,
se notaba su incomodidad, sus ganas de terminar.
El perfeccionismo exhibicionista del jinete había
llevado al traste el ejercicio, su ánimo, su
sentimiento acerca de su propia habilidad y toda
la pureza de su montura que más parecía una
burra manchega que una jaca andaluza.
Los padres no cruzaron palabra. En el fondo ya
conocían la razón que traía mala suerte a su
tercer hijo.
Al día siguiente
todos se
levantaron para
hacer las tares de
la granja y la
pequeña
explotación
agrícola. El tercero
se quejó del modo
en que se había
tostado el pan, demasiado según su parecer y
marchó a su labor sin apenas probar bocado.
Ciertamente, el pan estaba un poco ennegrecido.
Otros lo comieron sin rechistar, pero dejando ver
cierto desagrado. En ese ambiente, viciado por la
rotunda queja del tercero, el padre fijó su
atención en el menor. Pudo ver cómo raspaba
con un cuchillo las zonas negras, sin dejar de reír,
incluso intentando disimular la reacción de su
hermano para que nadie sufriera más de lo
necesario por el clima viciado ya en el desayuno.
Tomó sus tostadas e incluso repitió, eso si,
raspando cada trozo con el cuchillo para evitar
en lo posible el amargor del pan ennegrecido.
Después besó a su madre y sin perder la sonrisa
se despidió dándole las gracias por el desayuno.
Cuando quedaron a solas, la madre preguntó
¿Qué vamos a decirles? El padre reflexionó un
instante, ambos habían comprendido el origen de
la buena y la mala fortuna de sus hijos.
“Existe un viejo proverbio oriental que dice que
el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es
opcional. Me temo que nada podemos hacer ni
decir, solo nos queda la tranquilidad de saber que
ambos son hijos de la misma suerte”.
Se abrazaron y después, cada cual
siguió con sus tareas.
Pliegos de Rebotica
2020
FABULA
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