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e repente soplaron las puertas
y se apeó del tren. La divisé
entre un río rápido de cabezas,
la perseguí con la mirada, me
precipité tras Ella y le grité
todos los nombres de mujer reunidos en un
solo jadeo. Corrí y corrí con desesperación
atlética; pero fue en vano. Instantes después la
había perdido para siempre.
Porque Ella resultó sólo eso: una sonrisa
seguida de una visión fugaz. Cegadora. Nos
miramos a los ojos y entendí que estábamos
hechos el uno para el otro.Y desde entonces
recorro enloquecido la línea 1, la busco en
aquélla y en todas las estaciones, la sueño en
cada cedé de amor de cada empresario
ambulante que me encuentro en los enlaces. La
busco a Ella. Perdone, ¿la ha visto por aquí? Le
late una luz oscura y profunda en el fondo de
los ojos. Pero el manta ambulante no la
conoce. Dice que ve muchos y muchos ojos,
casi tantos como estrellas en su desierto. Se
alza de hombros. Sonríe.
—¿Tú compras? —afloja los hombros— Tres
cinco iuros.
Pregunto por
Ella en la línea
roja. Un tren
después de otro
tren después
de otro tren;
a unos y a
otros. A una mujer
agarrada a la bolsa
de la compra,
peinado corto,
ahuecado, rulero, tal vez
con su cartilla de pensionista en el bolsón.
Perdone, ¿la ha visto brillar por aquí? Calza
tacos altos y envuelve las piernas con vaqueros
rock & republic bajo un blusón gris luna,
glamuroso, impecable, probablemente muy
caro, ¿no? No: imposible recordar.Y confiesa
que tampoco vio brillar coronas de cristal en
sus bolsillos traseros. Porque su cabeza ya no:
los años. Le queda una mueca en la esquina de
la boca al hablar. Intenta sonreír. Que no sabe
decirme, pero que su nietecita siempre va en
vaqueros.
—Cortados por la rodilla ¿sabe usted? —en las
mejillas, el cansancio de las arrugas y
los dolores antiguos—Y todos los
bajos deshilachados.
Andén rojo tras andén rojo. Busco el
resplandor de aquellos ojos, las dos
coronas de aquellos jeans en los
bolsillos traseros, las travesuras de
media melena frondosa, dulce, lisa,
perversa y trigueña, aparecer y
desaparecer por los corredores de
enlace. Persigo la rueda de sus
cabellos con un ahínco cada vez más
salvaje o más profundo o más
desesperado. Pregunto por Ella a los
usuarios de la línea roja, a los
habituales del subterráneo, a un tipo
18
Pliegos de Rebotica
2020
Andrés Morales Rotger
Lín a 1
sonrisas desconocidas