por interés alguno en esa o tablas parecidas, que
encontraba aburridas y carentes de aliciente, sino
por la flexibilidad y firmeza en la construcción de
movimientos que le procuraban los deportes que
practicaba. Pero, para su desgracia, la obediencia
debida entraba también en la calificación, y Carlota
se vengó de María suspendiéndola el trimestre y
por tanto la asignatura.
De ahí en adelante, y a pesar de la evidente
desigualdad de fuerzas, el pulso se convirtió en
lucha abierta entre ambas. Llegado septiembre,
María hizo caso omiso de la convocatoria de
examen. El siguiente curso, el último del bachiller y
por tanto de estancia en el colegio, trajo consigo
otra nueva edición de los campeonatos escolares y
la deseada colaboración en el equipo de atletismo
de una alumna con la Educación Física del año
anterior suspensa.
Allá por febrero, Carlota decidió hacer pasar por
su aro a la alumna rebelde y un día la convocó para
hacer algunos de esos insulsos ejercicios de brazos
que tanto le gustaban.
–Está bien.Te voy a aprobar –le dijo tras unos
minutos de indisimulado regodeo en la ejecución
cansina de su discípula– Supongo que te habrás
dado cuenta de que puedo fastidiar a
cualquier alumna.
María no respondió. Tan solo espero al
día apropiado para traer a clase el
trofeo de su segundo campeonato de
cadetes de Madrid e hizo lo posible
para que el detalle de habérselo
enseñado a sus
compañeras llegara a
oídos de la maléfica
profesora. Creía
firmemente que la
justicia, la misma que
se había tomado para
ella un año de asueto,
retomaba por fin su lugar
y volvía a estar muda,
ciega y sorda pero no
dormida.
Habían pasado 47 años de
aquellos avatares de
adolescente. Toda una vida
llena de batallas, con mil y
un detalles que
permanecían guardados
en el primitivo disco
neuronal.
Hoy constataba que el
recuerdo de aquella lucha
desigual había
permanecido muy fresco
en la memoria. En los
años que siguieron a aquel
sinsentido, por cada injusticia que recibía, el
aprendizaje de aquellos días hacía resurgir pequeñas
esquirlas en su consciencia que advertían del riesgo
inmenso de luchar contra los poderosos. Aun así lo
había hecho algunas veces más, y por eso había
salido generalmente perdiendo en lo tangible pero
reforzada en su amor propio al saber de su lado la
razón que motivaba sus decisiones.
No creía en el destino. Nunca lo había hecho.Aún así,
una pulsión extraña la había llevado ese día de agosto a
revisar las estanterías en la búsqueda de publicaciones
caducas que eliminar. Había muchos intocables allí, y
entre ellos sus “Tablas de los Logaritmos Vulgares” de
5º Curso se le antojaron también sagradas. No pudo
dejar de hojear las páginas repletas de columnas y
cifras, y precisamente allí, recóndita y casi formando
parte del paisaje numeral, estaba la cuartilla de la
convocatoria del examen primorosamente doblada.
Le costó unos segundos darle significado al contenido.
Era una especie de formulario escrito a máquina en
copia de papel carbón en el que se habían incluido
algunas palabras originales.“Colegio del Sagrado
Corazón… Materia de recuperación de verano.
Educación Física; Nombre: María Rolanía. Curso: 5º;
Grupo: D.”
Si el encabezado hizo que el corazón de María
diera un primer vuelco, lo que leyó a continuación
terminó por pararlo.
X 4ª Parte: (de la tabla del Sagrado Corazón)
Ejercicio abdominal y de agilidad. Ejercicio
fundamental de brazos.
Importante: La alumna debe recuperar la parte
señalada con X.”
Y escrito con su propia mano: “10:30”.
10:30. La hora de la cita del examen de septiembre,
aquel al que nunca se molestó en acudir.
n
16
Pliegos de Rebotica
2020