y exposición del método que se debe seguir en el
tratamiento y curación de las enfermedades que en
las Islas Filipinas atacan con mas frecuencia
”.
En la primera parte de la obra nos describe las
propiedades de los medicamentos que suministra
y las dosis que se deben emplear. Allí aparecen el
maná, la sal catártica, el ruibarbo, la quina, la flor
de azufre, la jalapa, el alcanfor, las cantáridas, la
ipecacuana, las gotas amargas, el extracto de
Saturno, el bálsamo católico, el espíritu de nitro
dulce, el calomelanos, las píldoras de opio, la
piedra infernal, el ungüento de mercurio, el vino
antimonial, el azúcar de Saturno, los sinapismos
y las cataplasmas emolientes.
Su estatus social y económico debió ser altísimo,
ya que en la obra “Memoria sobre las
operaciones y servicios verificados por el
Laboratorio sucursal y Depósito de
medicamentos desde su instalación en 22 de
noviembre de 1886 hasta el 1 de enero de
1888”, publicado en Manila, en 1889 por la
Imprenta de Amigos del País, se le cita
elogiosamente. Su poderío económico y su
prestigio farmacéutico le permitió acudir a la
subasta de medicamentos del Ejército español en
Filipinas para abastecer a los Hospitales y
Enfermerías Militares del Archipiélago, con una
rebaja del 22,5 % sobre los precios límite.
De la lectura de los distintos documentos que
aparecen en esta obra, se deduce cual
era el sueldo de un farmacéutico
mayor (180 pesos mensuales), de
los tres farmacéuticos primeros
(112,5 P), de los dos escribientes
paisanos (16 P) y de los dos
sirvientes (12 P), en los Hospitales
y Enfermerías de Cattabato, Joló,
Zamboanga, Manila, Abra, Balabac,
Cebú, Iloilo, Isabela de Basilan, Puerto Princesa y
Reina Regente.
Destaca la compra de 25 kilogramos de sulfato
de quinina. Igualmente podemos extraer
información sobre las tarifas aplicadas, contratas,
ventas de medicamentos a militares y público,
donde no había boticas particulares (30 % de
descuento a los Oficiales), así como los medios
materiales del Laboratorio, consignándose
incluso sus estanterías, mesas, escaleras, sillas,
sillones, butacas y hasta el valor del perchero
existentes.
Los farmacéuticos alemanes llegaron a controlar
los negocios de importación y venta de
productos químicos, de medicamentos, equipos
de laboratorio y tintes, fundamentalmente
procedentes de Hamburgo.
Resulta también interesante conocer los sistemas
de provisión de medicamentos a las Islas Filipinas,
durante el periodo español; así pues, es jugosísimo
un documento datado en Cádiz en 1834, sobre el
abastecimiento de medicamentos simples y
compuestos a la Botica Real del Hospital Militar
de Manila. Especifica las necesidades anuales (en
libras), así como los simples y compuestos de tres
reinos que aparecen en el contrato. El crémor, la
linaza, el litargirio, el azogue y las cantáridas,
destacan por la cantidad; por su calidad, los
aceites de flor de azahar, de almendras dulces o el
bálsamo de Copaiba.
En los temas de salud, antes de la llegada de los
españoles había muchas supersticiones. La
mitología de los pueblos primitivos era compleja.
En Filipinas existieron numerosas deidades, muy
variadas según las distintas islas, especialmente
en Luzón y Visayas. Los denominados
“mediquillos” y curanderos dominaron la vida de
aquellas gentes que necesitaban ayuda para curar
sus enfermedades.
Con la llegada de los misioneros se trató de
erradicar estas tradiciones supersticiosas. Pero
hay que reconocer que los curanderos y los
herbolarios conocían muchos secretos de las
plantas, que hoy consideramos medicinales.
Ya en el Siglo XVI, se decía que hay también buenos
médicos que curan con hierbas simples. Se
debe reconocer que su Materia
Médica era muy elemental y que
solamente realizaban algunas
preparaciones farmacéuticas muy
simples, como decocciones,
polvos, maceraciones, etc.
En aquellos primeros años de la
presencia española en las Islas
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Pliegos de Rebotica
2016
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El poeta farmaceútico Federico Muelas elogiando a Adelina
Gurrea Monaterio (1896-1971) en la cena homenaje en el “Café
Varela” de Madrid (1957).
Sello de la Farmacia Zobel